Desde ayer, Gladis hizo los preparativos para mudar las cosas de Ale a Villahermosa. Hoy, Martín y Yo nos dimos a la tarea de treparlas a la camioneta. Dicho así, pareciera que todo fluyó sin contratiempos, pero nada más lejos de eso. Tratándose de Alejandra el tiempo es muy relativo, y las prioridades también. Lo bueno es que siempre tiene excelentes recursos para justificar sus acciones (o inacciones). Por ejemplo, en plena actividad de traslado, llegó el turno a una cómoda sobre la que estaban toda clase de chucherías.
¿Por qué no desocupaste antes el mueble? –le pregunto mientras veo que está retirando revistas, libros, bolígrafos, y una larga lista de etcéteras más.
Es que los estaba ocupando –me responde despreocupada.No dije nada, no tenía caso. Mejor era permanecer en silencia antes que recibir otra verdad tan absoluta como aquella. Total, llegamos a Villa a la hora en que el calor estaba en todo su apogeo. Con todo, aún había que subir el menaje a un segundo piso, ni modo. Terminado el trabajo, sudando copiosamente, salí de la casa en busca de una rachita de viento que me refrescara. Permanecí de pie un largo rato contemplando la esplendida vista que tenía enfrente. En la otra acera de la calle se extendía a todo lo largo una fila de árboles entre los cuales pude distinguir macuilis, guayacanes, filus, y otros más que no menciono por desconocer el nombre. Vi una garza negra mientras descansaba solitaria sobre una rama de filus. Su cuerpo era sostenido por unas largas patas flacas y estaba coronado por una cabeza de tamaño exageradamente pequeña en relación a su pico que la hacía parecer muy desgarbada. Pensé entonces que ese cuerpo estaba perfectamente adaptado para conseguir alimento en aéreas lagunares de poca profundidad. Por supuesto, el ave y yo nos encontrábamos en un área de estas características. Al otro lado de la fila de árboles se extendía el brazo de una apacible laguna. Me olvidé del tiempo observando las pequeñas ondulaciones que el viento formaba en su superficie para luego empujarlas hasta la orilla. Ahí se desvanecían.
¿Por qué no desocupaste antes el mueble? –le pregunto mientras veo que está retirando revistas, libros, bolígrafos, y una larga lista de etcéteras más.
Es que los estaba ocupando –me responde despreocupada.No dije nada, no tenía caso. Mejor era permanecer en silencia antes que recibir otra verdad tan absoluta como aquella. Total, llegamos a Villa a la hora en que el calor estaba en todo su apogeo. Con todo, aún había que subir el menaje a un segundo piso, ni modo. Terminado el trabajo, sudando copiosamente, salí de la casa en busca de una rachita de viento que me refrescara. Permanecí de pie un largo rato contemplando la esplendida vista que tenía enfrente. En la otra acera de la calle se extendía a todo lo largo una fila de árboles entre los cuales pude distinguir macuilis, guayacanes, filus, y otros más que no menciono por desconocer el nombre. Vi una garza negra mientras descansaba solitaria sobre una rama de filus. Su cuerpo era sostenido por unas largas patas flacas y estaba coronado por una cabeza de tamaño exageradamente pequeña en relación a su pico que la hacía parecer muy desgarbada. Pensé entonces que ese cuerpo estaba perfectamente adaptado para conseguir alimento en aéreas lagunares de poca profundidad. Por supuesto, el ave y yo nos encontrábamos en un área de estas características. Al otro lado de la fila de árboles se extendía el brazo de una apacible laguna. Me olvidé del tiempo observando las pequeñas ondulaciones que el viento formaba en su superficie para luego empujarlas hasta la orilla. Ahí se desvanecían.
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