Estas aves negras, de plumas casi azuladas, cuya forma es parecida a la del cuervo y cuya inteligencia es casi equiparable, son nuestros vecinos y visitantes frecuentes. Estos animales larguiruchos, con más plumas que carnes, tienen nuestro árbol de mango como cosa de mucha diversión. Las tardes de todos los días viene uno a uno a posarse en sus ramas hasta formar en su interior una parvada alharaquienta. Es difícil distinguirlos entre la hojarasca del árbol en el que permanecen perfectamente mimetizados con la ayuda de la obscuridad, la negrura de su color y el verdor de las hojas. La frondosidad del mango favorece su camuflaje quizá por esta razón lo han elegido como lugar ideal para sus algarabías. Gracias a esta invisibilidad, cuando miro el árbol no distingo más que un zarandeo constante de ramas y hojas que me da la impresión que el mango está bailando al ritmo de “dónde te agarró el temblor” de nuestro ídolo tropical Chico Ché. En temporada de mangos, los zanates se dan una atracada con esta fruta que es un gusto. En este año, la producción de mango fue muy buena y el suelo se tapizó varias veces de frutas bien maduras. Se me terminaron las fuerzas (y las ganas) de juntar mangos, situación que aprovecharon los zanates para darse la gran vida. Algunos de ellos no podían ni levantar el vuelo de tan gordo que llevaban el buche. Cuando la temporada de mango se termina, les da por robar la comida a niño y a patón. Cuando niño todavía podía ver (ya perdió casi por completo la vista) y los sorprendía sobre su plato de croquetas, se les echaba encima inmediatamente ladrándoles como poseído de un extraño maleficio. Estos inteligentes pajarracos, al verse asediados por el perro encolerizado, se turnan para molestarlo, aleteándole cerca unos, mientras otros le roban con todo descaro su comida. Luego, como las croquetas están muy grandes para tragarlas de un solo bocado, los muy ladinos vuelan con su botín en el pico para después posarse sobre el primer charco que encuentran. Ahí lo sueltan y esperan un tiempo razonable para que el agua lo ablande. De tiempo en tiempo lo picotean para comprobar su consistencia, y si no les satisface su blandura “al pico” lo regresan al agua. Esto se repite muchas veces hasta que la consistencia los deja satisfechos. Entonces, pedazo a pedazo lo engullen. Entonces vuelven por otro. Esto me divierte y me sorprende cada vez que lo veo. Lo que si no tolero es que se posen en el toldo del coche y dejen su “recuerdito” encima. No sé por qué les gusta pararse en mi coche. Tal vez sea el color. Es probable que confundan mi sedán de color azul marino con un zanate de grandes proporciones y quieran aparearse con él. Digo esto porque los he sorprendido sobre el toldo aleteando en forma extraña, como hacen algunas aves cuando tratan de cortejar a su hembra de preferencia. Definitivamente, no vuelvo a comprar otro auto de color azul marino.
2 comentarios:
que buena foto esos animalitos si que tienen su gran porciòn de intelingencia, siempre que lo abservas con un poco de curiocidad te deja perplejo, por su habilidad de hacer cosas y a la vez su capacidad de resoluciòn
hola hoy se pozo un de esos en mi cabeza y me picoteo ..bueno no estoy segura que allá sido uno de estos .. eso creo... aunque lo confundí con un cuervo ..pero me parece mas bien que fue uno de estos ,alguien sabe si esto es parte de su comportamiento ? o piensan que lo hizo por un motivo especial'
Publicar un comentario