Existen días en que los males se ponen de acuerdo para fastidiar gente a toda hora. Esta semana el elegido fui yo. El insomnio me descalabró cada noche. Los comienzos del día eran de puro reñir para deshacerme del abrazo de oso con que Morfeo me tenía ceñido a la cama. Poco efectivas eran las estrategias de Gladis para ayudarme a despertar de los comas profundos mañaneros. Estrategias como la de apagar el aire acondicionado, prender la luz, o el de hacer toda clase de ruidos escandalosos no surtieron el efecto esperado de otras veces. Casi todos los días me levanté más tarde que de costumbre. Cada vez que me levantaba sentía los ojos secos, los parpados de lija, los pies como de piedra y un estado de ánimo desvanecido. Luego, como si esto no fuera suficiente, los asuntos de trabajo se me vinieron encima como avalancha. Hoy no dormiré en la tarde con la firme intención de romper el maleficio esta misma noche. Lo único gracioso de la semana sucedió hoy. Gladis y Yo veníamos de Reforma en la tarde cuando un carro se amarró de súbito adelante de nosotros. El conductor se bajó con vehemencia del vehículo sin siquiera cerrar la puerta. Miró luego a la izquierda, luego a la derecha, luego al frente. Disminuí la velocidad y me dispuse a evaluar la situación ¿Será una riña? ¿Un asalto? ¿Un accidente? ¿Un neumático? ¿Me detengo? ¿Lo rebaso? En estas cavilaciones estaba cuando dirigí la mirada a donde esta persona tenía fija la suya. Entonces vi la razón de este loco comportamiento. Era un diminuto pochitoque que cruzaba con dificultad la carretera. La tortuga quedó a escasos centímetros de salvar la carretera (y la vida). El sujeto la cogió con la mano derecha y la ubicó a la altura de sus ojos. Por el retrovisor pude ver la cara de regocijo del individuo mientras el quelonio boqueaba y movia las patas desesperado. En ese instante, en la mente del individuo, el mundo se reducia a un plato hondo revosante de salsa verde. Me pareció ver a lo lejos un destello como de baba mientras caminaba con su trofeo en dirección a su carro.
Nota aclaratoria: La tortuga era una exquisitez gastronómica entre los antiguos indigenas chontales, gusto que ha perdurado hasta la fecha entre muchos habitantes de esta región (Chontalpa).
1 comentario:
en Tabasco distiguen por nombre a una gran variedad de quelonios, o tortugas, como por ejemplo el pochitoque, la mojina, la tortuga pinta, el guao tres lomos. el chiquiguao la tortuga blanca y una gran cantidad de nombres que le asignaron en esas regiones a esos animalitos; el pochitoque al sentir un peligro cierra una tapa que le cubre la cabeza y otra por detras que tambien cirra, por lo que oculta su cuerpo totalmente, por eso cuando lo encontro un yucateco y al cerrarse lo tiro al lago pensando que no servia,,,
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