No recuerdo bien en qué momento sucedió mi primer encuentro con la guitarra. Soy muy malo para registrar fechas pero probablemente esto sucedió en los primeros años de la década de 1970. Estudiaba la secundaria. No entiendo cual fue la motivación que me hizo hermanarme con este instrumento. No había en mi familia nadie con esta afición, ni amigos, ni vecinos. Nuestro primer encuentro fue cundo mi hermano Jesús llegó a casa un día cualquiera acompañado de una guitarra. Su rostro risueño reflejaba el firme propósito de aprender los secretos de la música y esperaba confiado que aquella caja sonora de seis cuerdas se los enseñara. No transcurrió mucho tiempo para que Jesús se decepcionara de los pobres resultados musicales obtenidos. Después de intensas sesiones de aporrear cuerdas finalmente reconoció que esto no era lo de él y la guitarra terminó colgada de una pared. Aquél día en que la descolgué inició ente nosotros una larga relación de mutuo respeto. Con este instrumento aprendí algunas lecciones importantes de vida: ser tenaz y esperar con paciencia las recompensas. Me quedó claro, después de interpretar medianamente algunos valses venezolanos de Antonio Lauro, que la recompensa llega solo después de un intenso trabajo de repetición. Esta misma formula la practiqué en la escuela y aún la sigo practicando en el trabajo y en otros muchos aspectos de mi vida. Después de terminar la universidad y salir de Guadalajara fui posponiendo gradualmente las citas con la guitarra hasta llegar el día en que me olvidé completamente de ella. Esto ocurrió ¡hace aproximadamente 20 años! Hace unas semanas Gladis me preguntó por la guitarra y mi respuesta fue un lacónico: no sé. Gladis terminó diciendo: seguramente Pedro la dejó en casa de un amigo. Tal vez –respondí. Pobre guitarra –pensé, después de haber andado del tingo al tango durante estos últimos 20 años, muy maltrecha y sin dueño, fue a quedar quien sabe dónde. Ella, que me ayudó a interpretar en sus mejores días a Carulli, Carcassi, Sor, Aguado, Sagreras y muchos más, ahora sirve probablemente para acompañar a algún intérprete vernáculo o cumbiero. He sentido mucho su suerte. En este mes pasado cumplí un año más de vida (que barbaridad) y en recompensa por mi reciente pérdida Gladis y Kory me regalaron una guitarra. Aunque mis dedos no son lo que eran antes (ni la memoria tampoco) he disfrutado otra vez el sonido agradable de este popular y magnifico instrumento.
1 comentario:
yo nunca he sido y creo que ni sere nunca un buen guitarrista, pero ni siquiera aprendis,de este tan fascinante instrumento, que sin dudas su cuerdas tienen algo que embruja y somete de una forma por demás inexplicable, son los acordes de la alegria, de la ternura, de la tristeza, de la ñoransa y de quien sabe cunatos más adjetivos que se le pueden atribuir a tan prodigioso instrumento, sin dudas que tambien siento una gran admiración por aquellos virtuosos, que le han podido sacar el sentimiento, que sin dudas encierra esta caja melodica, felicidades MARIO por seguir compartiendo este espacio con nosotros tus lectores y que DIOS te siga dando una familia como la que tienes,gracia a tus dones de humildad y rectitud con los tuyos..
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