Pasé un fin de semana lluvioso entre tazas de humeante chocolate. En esos días el agua cayó día y noche, minuciosa y uniforme. Fueron días para entretenerse en casa con un buen libro en las manos. Me encuentro disfrutando plácidamente de días frescos y en consecuencia pasando noches de buen dormir. Hoy por la mañana la neblina tocó tierra y me acompañó durante todo el trayecto al trabajo. El aire se miraba como enharinado. Como si las nubes, aburridas de la uniformidad de la altura, se hubieran puesto de acuerdo para bajar a la tierra. El único inconveniente es (como cada año sucede en estas fechas) que por las noches al mirar el exterior de la casa parecería que se mira el interior de un agujero negro en medio de una galaxia. Estoy empezando a sospechar que existe entre nuestros vecinos una competencia velada para ver cuál casa enceguece más rápido al prójimo. Es seguro que continuaremos quedándonos rezagados en este juego que bien podría llamarse “a que te enciendo la pupila al primer pestañazo”. Por lo pronto, sigo posponiendo el tendido de las luces en la casa hasta que un buen samaritano venga y me ayude, cosa bastante dudosa que suceda.
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