El tiempo es vida, y la vida reside en el corazón dice Michael Ende en su novela Momo. Aforismo que me recordó el modo en que empleé mi tiempo vivido. Puedo jurar ante la tumba de “niño” (nuestro difunto perro boxer) que mi tiempo fue utilizado todo en las bolitas. La bolita es un término que utilizamos en la época de estudiantes para referirnos al grupo que nos reunía en las horas de receso. Aún recuerdo con nostalgia algunos nombres de mi bolita de primaria, secundaria, bachillerato y universidad. Pertenecí a bolitas que yo elegí aunque también hubo otras que no elegí. Ejemplos de las que no elegí son mi familia o mis compañeros de clase. Sin embargo, las bolitas con las que yo me relacioné por elección propia fueron muchas y de muy diversa catadura. Mi vida ha sido una sucesión de bolitas encadenadas como vagones de ferrocarril en cuyos pasillos me hice adicto en menor o mayor grado a algo. En cada bolita aprendí o desaprendí algo, avancé o retrocedí algo, mejoré o desmejoré algo. Ahora entiendo que las bolitas son al individuo lo que los ecosistemas son a la flora y a la fauna. Vivimos dentro de ellas en equilibrada simbiosis compartiendo los mismos recursos disponibles en su interior: nos facilitan o nos complican la vida. Clasificando a las bolitas actuales en orden de popularidad y apetencias podría citar a: los hidalgos caballeros de la barrica redonda, la liga popular de los saltimbanquis de fiesta, la organización democrática de los sereneros anónimos, la congregación de bailarines de zumba o la asociación internacional para la conciencia del nirvana. Así pues, el tiempo es vida, y la vida reside en la bolita.
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