Llamó mi atención el dato compartido por Dany, compañero de preparatoria, sobre el curioso caso de los libros olvidados a la vista (y a la mano) de los peatones. Libros abandonados en la batea de una camioneta estacionada en la calle con el único propósito de que otros se deleitaran con su lectura. Los libros estuvieron expuestos 4 días al sol y soportaron pacientes el sereno de 4 noches sin sufrir una sola baja. El mexicano, listo como es, abierto siempre al conjuro de oscuras conspiraciones, sospecharía inmediatamente de las azopilatadas intenciones escondidas detrás de aquella inocente acción de abandonar en la calle 4 cajas llenas de paquetes de papel reciclado. Ante un escenario como este un mexicano promedio dibujaría una sonrisa irónica en su cara de bronce a la vez que se preguntaría ¿Para qué llevar a mi casa la basura de otros? ¡A quién se le ocurriría tal despropósito! Aunque pensándolo bien tal vez lo hiciera recapacitar la irrupción violenta de algún pensamiento huérfano fugaz ¿Necesito hacer una lumbrada? ¿Tengo algún mueble con pata coja? ¿Necesito una silla temporal? ¿Necesito material para origami?.
Aunque existe otra posibilidad en este curioso caso de los libros olvidados. Quizás tenga que ver con la extravagante honestidad de los habitantes de esa colonia que les repelió apropiarse del valioso activo familiar de algún distraído vecino. Quizás hizo falta un anuncio con la leyenda “se regalan libros”. Me gustaría pensar en la veracidad de esta utópica y cándida posibilidad.
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