Llegamos el jueves 29 de septiembre a Huejuquilla. Eran
como las 4 o 5 de la tarde cuando me estacioné a un costado de la plaza. La
única referencia que llevábamos de la tía Jesusita era que uno de sus hijos
vendía chicharrones en la plaza del pueblo los fines de semana. Amenazaba
lluvia cuando descendimos del coche cerca de la iglesia. Mientras estiraba las
piernas mis hermanos oteaban los alrededores tratando de encontrar caras
conocidas.
“Canija carretera; es
justo decir que está atiborrada de curvas muy cerradas, sobre todo antes y
después de San Cristóbal de la Barranca. También existen no pocos tramos de
carretera en los que abundan los traicioneros vados. El trayecto es como una
víbora que zigzaguea penosamente ascendiendo y descendiendo escabrosas laderas húmedas
y pedregosas. Más allá de los arroyos cimarrones cuyos lechos rocosos se abren
paso por hondos acantilados, lo más digno de mirarse es ese bosque frondoso formado
por encinos, robles y pinos que escoltan la carretera igual que gallardos
guardianes celosos de su deber. Este fresco bosque pródigo en aromas dulcificados
confiere a los excursionistas una tranquilidad absoluta. Su verde frondosidad cautiva
y empequeñece a los buenos observadores.”
Un rico olor a fritanga me sacó de mis
cavilaciones. Como aquél que disimuladamente mete baza en una disputa, la nariz me
incitó a encontrar el origen de lo que ya me estaba produciendo un afluente de jugos
gástricos sin control; pronto di con él. Resultó ser un sencillo puesto de
comida en donde una buena señora cocinaba unas típicas enchiladas rojas de
queso añejo. Resultó ser que la carnicería de nuestro primo chicharronero,
según nos informó Chepina quién no perdió tiempo en iniciar con los trabajos de
inteligencia, estaba ubicada en la misma cuadra del puesto de enchiladas que acabábamos
de descubrir. Mientras esperábamos al hijo que nos llevaría a la casa de la tía
Jesusita, sin demora nos acercamos al puesto y dispusimos de unas ricas y
auténticas enchiladas ¡Guisadas con manteca!
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