Nada. La calma que tanto anhelé aquel lejano febrero de
2015 no llegó. Tampoco el año que le siguió fue pródigo. La economía de México
está mal. Y próximamente con la ayuda del recién electo presidente de EEUU, el
republicano Donald Trump, sin duda se pondrá peor. Él tiene el bate en las
manos y nosotros somos las pelotas. Este juego disparejo iniciará recién
comience el 2017. Ni el screwball de Fernando Valenzuela nos salvaría de esta
paliza que ya se logra atisbar en el cercano horizonte de los mexicanos.
En septiembre de este año visité mi tierra, La Soledad municipio
de Huejuquilla el Alto Jalisco. Tuvieron que pasar más de 40 años para que este
deseo se concretara. Me acompañaron en esta aventura Gladis y mis hermanos
Gregorio, Josefina y Yolanda. Este viaje lo motivó mi deseo muchas veces aplazado
de conocer a mi tía Jesusita; la hermana mayor de mi madre. Ella es una
viejecita lúcida, platicadora y muy receptiva. Cuando platicaba de sufrimientos
parecía hablar de banalidades. Los 98 años que cargan sus huesos la hacen
caminar muy despacito. Su humor es excelente y su apetito es voraz. Se desplaza
por su casa ayudada por un bastón que la acompaña a donde quiera que vaya. Su timbre
de voz es agudo y rasposo, seguramente de tantos años que tiene platicando
consigo misma. Escucha bien pero ve mal. Su estatura es bajita y su complexión
delicada. Diría que un ventarrón la podría derribar. Podría afirmar que su
estatura es la misma que tenía mi madre. Su tez morena está apretujada de
pliegues que le dan un aire de estoica antigüedad. Su cabeza coronada por un
manojo de pelos ondulados blancos está llena de gratos recuerdos de su difunto
esposo y de un pasado de duro trabajo en el campo junto a sus hijos.
-¿Y quién es este niño? –preguntó cundo su vista se topó con
la figura de Gladis (unos días antes ella se había cortado el pelo al estilo
castrense).
-Es mi esposa tía. Parece niño pero en realidad es niña. Su
nombre es Gladis, aunque bien pudo llamarse Magnolia. Comentario que acompañé con un guiño a mi esposa.
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