Cuando pienso en la cultura maya se me vienen a la memoria imágenes clave como son: pirámides, selvas, ríos, pantanos, animales salvajes, cuerpos celestes, arte, arquitectura, conocimiento, penachos, jade, agricultura, ceremonias, politeísmo, senotes, sangre, etc. Curiosamente, en lo personal no relaciono la cultura maya con una sociedad exclusivamente guerrera, mucho menos con una sociedad cuyas creencias hubieran girado en torno a los sacrificios humanos como lo acentúa esta película. Esto de la guerra y de los sacrificios humanos los relaciono más con la cultura azteca. El acierto de Mel Gibson (si se le puede llamar así) fue desarrollar una historia ficticia que aglomeró lo que en general se conoce de esta cultura y que es difícil refutar, y lo salpicó de toda clase detalles fantásticos que de ser falsos nadie puede refutar. Las distintas escenas de la película la sitúan al final del periodo posclásico de la cultura maya, en los siglos XV o XVI de nuestra era. Esto se puede deducir por las condiciones humanas y ambientales imperantes en la ciudad a la que fueron llevados los prisioneros. Lo que la película señala a partir de la llegada de los prisioneros a la ciudad es la hipótesis más aceptada entre los conocedores para explicar la razón de la decadencia y abandono de las ciudades mayas. Esta hipótesis propone que la causa principal que desencadenó el principio del fin de esta cultura fue la deforestación de la selva que se cree sirvió de materia prima para la construcción de sus grandes pirámides. Actualmente se piensa que quemaban los troncos para producir ceniza con la que a su vez elaboraban el aglomerado que utilizaban para unir las piedras de las pirámides. Esto ocasionó que grandes extensiones de terreno se erosionara en detrimento de la agricultura, base de su alimentación. La poca producción de maíz acarreó como consecuencia el hambre entre la población. Se cree que el pueblo atribuyó esta hambruna al deterioro de la relación entre los dioses y sus gobernantes. Se supone que gobernantes y sacerdotes hicieron lo único que sabían hacer cuando perdían la gracia divina: incrementar las ofrendas a los dioses para mejorar las cosechas (nadie cuerdo puede asegurar que cuerpos y cabezas rodaban desde lo alto de las pirámides, ni la existencia de cementerios a cielo abierto al estilo de la solución final de Hitler, esto es pura fantasía). Al ver que las ofrendas no mejoraban la situación, el pueblo maya se levantó inconforme contra la clase gobernante. La película pues, tiene tres etapas bien definidas, la primera que termina con la profecía lanzada por la niña a los rijosos y que es pura fantasía. La segunda que termina con el escape de garra de jaguar de la ciudad y que es una realidad a medias (a medias por ese ritual sangriento y fantasioso, clímax de la película y que representa el Apocalypto u holocausto de la cultura según la visión del escritor y director), y la tercera que termina con el final de la película, y que también es pura fantasía. Las etapas uno y tres son meramente Hollywoodescas, dosis de fantasía necesaria para vender y divertir, después de todo, su fin no es cultural sino de mercado. Con la tercera etapa me dolió la cabeza y mi esfuerzo fue grande para no salir corriendo como garra de jaguar lo hizo al ser perseguido por su tocayo felino (que por cierto, era albino). Ayer me llegó un correo en que el remitente criticaba encolerizado la violencia y cinismo atribuido a los mayas en esta cinta y animaba a los lectores a boicotear la película y a reenviar el correo a todos los contactos. Es más, aconsejaba hacer daño a la producción mediante la compra de la pelicula en el mundo de la piratería con el fin de desviar el flujo de efectivo a la gente de parche, garfio y pata de palo. Este mismo sentimiento despertó la anterior cinta de este mismo director (la pasión de Cristo). Producción por la que fue acusado de antisemita por los judíos que se sintieron agredidos por la forma en que se representó su “contribución” en este suceso (y creo que algo había de razón). Si esta pasión por Apocalypto continúa, su éxito está asegurado. Reacuérdese la película “El crimen del padre Amaro” y su polémica con el opus dei que solo sirvió de aliciente para que fuera vista masivamente con el fin de medir el grado de ortodoxia de nuestro clero. A veces me convenzo más de esa sentencia que dice: cuanto más se prohíbe una acción, mayor es el impulso que lleva a realizarla.
Visitas de la última semana
martes, enero 30, 2007
lunes, enero 29, 2007
Fahrenheit 451
Terminé de leer este libro de Ray Bradbury. El título en realidad no me decía nada, por ese motivo aplazaba su lectura. Dicen los eruditos que pertenece al género de la distopía (contrario a la utopía), y creo que con justa razón. Los invito a que conozcan la vida de Guy Montag y la sociedad en la que vive. Es una historia que nos acerca al futuro (o tal vez sea un mundo paralelo y contemporáneo al nuestro). En mi opinión, es un futuro que deja un fuerte sabor a presente. Si se interesan por conocer como viviría una sociedad tecnificada en donde la industria del entretenimiento es un artículo de primera necesidad, entonces tienen que leer esta novela. En esta sociedad como en la nuestra, la ley natural de “sacar el máximo provecho con el mínimo de esfuerzo”, es llevada a su cúspide más alta. Me pregunto ¿Será cierto que el único camino a la felicidad es la ignorancia? Los que piensan que sí se preguntan: ¿Quien vive feliz sabiendo que le queda poco tiempo de vida? ¿Quien vive feliz sabiendo que lo engañan? ¿Quién vive feliz sabiendo que ha sido un tonto o un mediocre? ¿Quien vive feliz sabiendo que no dejará huella en su paso por la vida? ¿Quien vive feliz sabiendo que ha sido utilizado? Siempre habrá personas infelices que nos muevan el tapete con advertencias melodramáticas que dizque porque han visto u oído algo, que porque tienen información privilegiada, que dizque esto, que dizque lo otro; entonces nuestra primera reacción será ignorarlas, injuriarlas o juzgarlas. Una cosa es cierta, en muchas ocasiones la verdad indigesta y lo primero que hacemos es ignorarla. Entonces ¿que caso tiene andar incomodando a la gente que es feliz con lo que sabe y con lo que tiene? Personalmente me niego a creer en esta simplicidad aunque todo parezca indicar que es lo más común. Prefiero seguir siendo un infeliz y continuar con mi afán de hacer infelices a los que quiero aunque parezca un completo orate.
viernes, enero 26, 2007
Días lluviosos
Desde hace como 15 días no ha dejado de llover por estos lugares. La lluvia no es intensa, aunque si frecuente. Hay días que no deja de caer agua día y noche. Para aquellas personas que viven en zonas bajas esto no es bueno. Esta gente es la primera en padecer los efectos negativos de habitar en una zona tropical. En lo personal, he disfrutado el ambiente fresco dejado por los chisguetes que sueltan las vejigas de Chac y Tláloc que flotan hinchadas en las entrañas de Itzamná por tanto pulque libado. Gozo cada día contemplando el creciente espejo de agua en el que se miran las garzas y que sirve también de aparador a una gran cantidad de especies emplumadas que aprovechan la oportunidad fugaz de exhibirse alegres. Cuando la lluvia nos da un respiro (tal vez Chac esta enfermo de la próstata), los colores de la naturaleza se miran más intensos, más nítidos, como si el agua hubiera lavado las impurezas que flotaban en el aire haciéndolas retornar otra vez a la tierra. Los lugareños salen con su cordel y anzuelo a atrapar aquellos peces que arrebatados nadan en su nueva y enorme pecera que hierve de vida por sus nuevos inquilinos voladores y rastreros. Contrario al gusto de Gladis que pelea en todo momento con la humedad y el “frío” y que no sale ni a la esquina sin su inseparable paraguas; yo me siento vivo con la brisa y el viento azotándome la cara y duermo tan tranquilo como pocas veces en el año. El ruido que el viento produce en las noches al pasar entre las hojas de los árboles, junto con el leve golpeteo que las gotas genera al chocar contra los ventanales de la casa, hacen que entre en un estado de relajación que me lleva casi de inmediato a un sueño profundo. Esto me ayuda a empezar el día siguiente con un ánimo renovado. Espero que este clima continúe unos días más antes de que lleguen los días de calor rabioso que hace que se le sequen a uno hasta las ideas.
domingo, enero 14, 2007
La vida de un peón en una hacienda del sureste
En el año de 1960, el Sr. GGC vivía con su familia bajo la tutela de su patrón RGH dueño de vidas y destinos de todo ser viviente que transitaban dentro del perímetro de su propiedad. La hacienda, ubicada en algún lugar del Panuco Veracruz, era como cualquier otra de aquél México prerrevolucionario que aún se niega a morir; con una gran extensión de buena tierra, sus planicies tapizadas de la mejor vegetación y un sinnúmero de cabezas del mejor ganado rumiando entre los altos y tupidos pastizales. En aquel lugar agraciado por las manos de Dios al dotarlo de abundante agua, las jornadas empezaban cuando aún el sol no había salido, y terminaban solo cuando el sol ya se había puesto. No había circulación de dinero entre los trabajadores. Aunque todos ellos, incluido GGC, tenían salario en pago a sus largas jornadas laborales en el campo, este solo les alcanzaba para pagar lo que el patrón “humanitariamente” les había fiado con anterioridad en su tienda de raya. Esto es, el patrón veladamente les pagaba en especie. A veces fiándoles más de lo que podían pagar para tenerlos siempre dependientes de su “ayuda desinteresada”. De este modo transcurría la vida de GGC y su familia. Trabajando y siempre pagando deudas (nada distinto a los asalariados de hoy día por cierto). Algunas anécdotas de GGC revelan los métodos que su patrón utilizaba para hacerse más rico. Entre estas, las más significativas tienen que ver con la afición que tenía por las peleas de gallo. Cuenta GGC que su patrón daba a cada uno de sus peones (a los de mayor confianza supongo), entre ellos a él, un morral lleno de dinero que ellos se terciaban a la usanza de los chocos. Entonces les ordenaba que lo apostaran todo en contra de su gallo. Claro, su gallo siempre perdía y él responsablemente pagaba su apuesta. En cambio, sus peones regresaban a la hacienda, con aquel morral rebozado de dinero. En otra ocasión, relata, la apuesta ascendió a mil cabezas de ganado (¡con la particularidad de que todos los animales deberían ser blancos!), y la hizo nada menos que con el gobernador de San Luis Potosí (No sé si en esta anécdota el Sr. GGC exagere un poquito). Al gobernador le dolió perder (¡a quien no!) y se armó una escaramuza entre ambos bandos que se calmó solo hasta que el político aceptó el pago de la apuesta. La tranquilidad terminó para el Sr. GGC cuando las concupiscencias de su patrón tuvieron como blanco la humanidad de su bonita esposa. Con todo, toleró y toreó la situación lo mejor que pudo durante un largo tiempo más. La situación se le hizo insostenible a GGC cuando al patrón se le empezaron a acalambrar las neuronas con la testosterona que le producía a raudales ahora, la presencia de una de sus hijas. El patrón, sabedor de su poder y de la gratitud que él creía le debía aquel humilde peón, además de considerarlo de su propiedad junto con todo lo que había en su corral, le soltó de sopetón la siguiente petición, que por su puesto al Sr. GGC le pareció una orden –quiero a tu hija! GGC ya no esperó más. Consiente del peligro que se cernía sobre él y su familia después de su negativa a satisfacer aquellos bajos instintos de su patrón, abandonó aquella hacienda que tenía como único sustento, en donde antes que él, su papá había dejado su vida. Salió huyendo con sus pocas pertenencias hacia un destino incierto, desconocido, solo con sus manos como inversión.
domingo, enero 07, 2007
De vuelta a la escuela
Ayer fuimos a Reforma casi a las 12 p.m. con el fin de que Pedro se despidiera de sus abuelitos. La razón de esta visita tan a deshora se la debemos nada menos que a Pedro. Llegó después de las 11 p.m. de la casa de su novia. Fue una larga despedida teniendo en cuenta que salió de nuestra casa como a las 6 de la tarde. Con vergüenza y todo, fuimos a despertar a don Lucio y a doña Maty casi ya de madrugada, para que Pedro pudiera despedirse. Como dice Gladis, llegamos como “don sapo”, nos abrieron y nos instalamos cómodamente en la sala a platicar como si el sol estuviera en pleno cenit. Ya esponjados en el mullido sillón, don Lucio no tuvo opción y sacó plática para espantar el sueño que aún le tenía apergolladas las pestañas. Le preguntó a doña Maty que si le gustó “la casita” que recién compró en el panteón (seguro que su reciente operación le hizo tomar esta decisión). Naditita –contestó rápidamente doña Maty. Hubiera estado de acuerdo si esa casita estuviera ubicada a un lado del palacio municipal, no allá donde la compraste!
Antes en Reforma sabíamos que había un muertito cuando escuchábamos martillar madera en la noche –comentó doña Maty. ¿Se oía claritito el golpeteo verdad Lucio? Fue entonces que salió a relucir el nombre de Leonardo Vasconcelos, don “Leoncito” como le decían los que lo conocían según adelantó don Lucio. Este señor era muy precavido y le gustaba estar preparado para cuando lo visitara el hombre de la guadaña. Así, un día tomó la iniciativa de mandar hacer su féretro nada menos que con el especialista del pueblo. De caoba o cedro para descansar a gusto. Quería su última morada bien hecha y con cierto lujo, pero sobre todo, que se notara y se sintiera el confort. De ahí surgió la necesidad de visitar frecuentemente al artesano, para supervisar y probar su última cama. Para esto, se metía a la caja, se acomodaba, se movía para un lado y para el otro, absolutamente concentrado para notar cualquier superficie áspera o algún borde incómodo que pudiera interrumpir su sueño eterno. Rebájele un poco a la altura de la cadera –decía con gravedad después de cierto tiempo. Ya terminado el trabajo, se lo llevaba a su casa en donde era colocado en el tapanco en espera de la llegara del día final. Pero ese día no llegaba para don Leoncito. Entonces el artesano, con el paso de los meses, y para evitarse el estrés de la siguiente entrega (los demás vecinos no eran tan precavidos como don Leoncito), empezó a pedirle prestada su caja para aquellos que se iban muriendo antes que él. Si, como no –contestaba el bueno de don Leoncito, convencido de que el artesano iba a poner más empeño en su próximo trabajo. Y cada que le hacían su nueva caja en pago de la anterior, se oía a don Leoncito decir. Quítele aquí, pórgale allá, púlale aquí, y así hasta que el viejito se acostaba cómodo sin chipote que lo molestara. Don Lucio perdió la cuenta de cuantas veces se repitió este proceso con el artesano, y don Leoncito nada que se moría. Por fin, llegó el día. Don Leoncito colgó los huaraches (no creo que hubiera tenis por ese entonces). Y que creen? No había caja para don Leoncito. Así que se vio obligado a ocupar su última morada sin haberla “probado”. Pobre don Leoncito, tan precavido.
Hoy dejamos a Pedro en el aeropuerto. Su vuelo salía a las 8:40 a.m. y llegamos a las 7:50 con la finalidad de que documentara con calma. De poco sirvió la anticipación. Había una fila larga, todos esperando documentar en el mismo vuelo de Pedro (aeromexico). Esperamos alrededor de 30 minutos para que empezara a avanzar la fila. Hasta ahí llegó la novia de Pedro para despedirlo. Aprovecharon el tiempo de espera para tomarse algunas fotos. Llegó la hora de las despedidas y se precipitaron las lágrimas y los pucheros. Pasamos a un lado de Arturo Núñez, el dolor de costado de López Obrador en los debates del año pasado. Se le veía tranquilo, por su semblante, es seguro que aún le quedan unos años más viviendo de los impuestos que ávidamente nos retiene nuestro honorable gobierno. Iba acompañado de una mujer más o menos de su edad, supongo que es su esposa por lo coloquial del trato entre ellos.
Antes en Reforma sabíamos que había un muertito cuando escuchábamos martillar madera en la noche –comentó doña Maty. ¿Se oía claritito el golpeteo verdad Lucio? Fue entonces que salió a relucir el nombre de Leonardo Vasconcelos, don “Leoncito” como le decían los que lo conocían según adelantó don Lucio. Este señor era muy precavido y le gustaba estar preparado para cuando lo visitara el hombre de la guadaña. Así, un día tomó la iniciativa de mandar hacer su féretro nada menos que con el especialista del pueblo. De caoba o cedro para descansar a gusto. Quería su última morada bien hecha y con cierto lujo, pero sobre todo, que se notara y se sintiera el confort. De ahí surgió la necesidad de visitar frecuentemente al artesano, para supervisar y probar su última cama. Para esto, se metía a la caja, se acomodaba, se movía para un lado y para el otro, absolutamente concentrado para notar cualquier superficie áspera o algún borde incómodo que pudiera interrumpir su sueño eterno. Rebájele un poco a la altura de la cadera –decía con gravedad después de cierto tiempo. Ya terminado el trabajo, se lo llevaba a su casa en donde era colocado en el tapanco en espera de la llegara del día final. Pero ese día no llegaba para don Leoncito. Entonces el artesano, con el paso de los meses, y para evitarse el estrés de la siguiente entrega (los demás vecinos no eran tan precavidos como don Leoncito), empezó a pedirle prestada su caja para aquellos que se iban muriendo antes que él. Si, como no –contestaba el bueno de don Leoncito, convencido de que el artesano iba a poner más empeño en su próximo trabajo. Y cada que le hacían su nueva caja en pago de la anterior, se oía a don Leoncito decir. Quítele aquí, pórgale allá, púlale aquí, y así hasta que el viejito se acostaba cómodo sin chipote que lo molestara. Don Lucio perdió la cuenta de cuantas veces se repitió este proceso con el artesano, y don Leoncito nada que se moría. Por fin, llegó el día. Don Leoncito colgó los huaraches (no creo que hubiera tenis por ese entonces). Y que creen? No había caja para don Leoncito. Así que se vio obligado a ocupar su última morada sin haberla “probado”. Pobre don Leoncito, tan precavido.
Hoy dejamos a Pedro en el aeropuerto. Su vuelo salía a las 8:40 a.m. y llegamos a las 7:50 con la finalidad de que documentara con calma. De poco sirvió la anticipación. Había una fila larga, todos esperando documentar en el mismo vuelo de Pedro (aeromexico). Esperamos alrededor de 30 minutos para que empezara a avanzar la fila. Hasta ahí llegó la novia de Pedro para despedirlo. Aprovecharon el tiempo de espera para tomarse algunas fotos. Llegó la hora de las despedidas y se precipitaron las lágrimas y los pucheros. Pasamos a un lado de Arturo Núñez, el dolor de costado de López Obrador en los debates del año pasado. Se le veía tranquilo, por su semblante, es seguro que aún le quedan unos años más viviendo de los impuestos que ávidamente nos retiene nuestro honorable gobierno. Iba acompañado de una mujer más o menos de su edad, supongo que es su esposa por lo coloquial del trato entre ellos.
sábado, enero 06, 2007
Iniciando el 2007
Estoy viendo en la TV “lo mejor del año” del súper show de la kolorina. Programa musical realizado en un estudio de Guadalajara y que promueve ante todo la música de banda. Los instrumentos predominantes son de viento como la tuba, trompetas, trombones, clarinetes, acompañados de percusiones (tarolas). Mientras lo veo, caigo en la cuenta del enorme impulso que ha tomado este género de música entre sus habitantes. Estoy disfrutando de un pedazo de rosca acompañado de un humeante y aromático chocolate mientras escucho a la banda “el salitre” interpretando lo que parece ser uno de sus grandes éxitos: guanatos cumbia. Me gusta ver sobre todo los simpatiquísimos movimientos del “pasito duranguense” que conozco gracias a Jeny. Este baile de plano se me hace harto difícil. Es como si la mente se desentendiera de lo que hacen brazos, manos y tronco, y estos a su vez, tomaran el control de lo que cabeza y pies deben hacer (casi nada por cierto). Los movimientos se me hacen algo así como una enfermedad de parkinson magnificada combinado con movimientos de epilepsia controlada, produciendo todo esto una especie de encantamiento en el espectador. Casi engullo a Gladis cuando le cambió a la TV y me sacó del estado hipnótico en el que me encontraba y al que me habían llevado la música, el baile y guanatos. Bueno, ya me voy a la cama a esperar a los Reyes Magos Melchor, Gaspar y Baltazar. A ver si no los sueño bailando el pasito duranguense!
lunes, enero 01, 2007
La despedida
Hoy despedimos a mi hermana Toña. Me complace que haya estado 2 años con nosotros, desde el 25 de diciembre de 2006 hasta el 1 de enero del 2007. Nos ayudó a pasar unos días diferentes a los que estamos acostumbrados. En su compañía recorrimos sitios ya conocidos por nosotros pero que siempre continuaremos maravillándonos como la primera vez. A ella le sucedió lo que nos sucede a todos cuando hacemos algo por primera vez: nos sorprendemos y adquirimos nuevas experiencias que nos maravillan y fortalecen. Por ejemplo, cuando viajamos en avión, nos sometemos al rito de iniciación con el que la tripulación recibe a los pasajeros al comienzo de cada vuelo diciendo: ante una eventual pérdida de presión en cabina, favor de utilizar la mascarilla de oxigeno más cercana de esta manera (y empieza la demostración), si trae niños pequeños colóquesela usted primero y luego a los niños; abróchese el cinturón de seguridad de esta forma y desabróchelo de esta otra; las salidas de emergencia se encuentran aquí y allá. Luego viene el despegue en el que todos tratamos de hacer o pensar en algo que nos aleje de los pensamientos pesimistas que lo hacen a uno imaginar al avión convertido en una bola de fuego rodando por la pista en medio del ulular de las ambulancias y de los camiones de bomberos. Minutos después que el avión toma altura y deja su inclinación inicial de despegue, toma su posición horizontal hasta que el proceso se repite en forma inversa a la hora de aterrizar. Durante el vuelo, las azafatas inician el segundo ritual que consiste en transportar su carrito lleno de bebidas y bocadillos (generalmente galletas o cacahuates) para ofrecerla a los pasajeros. Es después del aterrizaje que da inicio el estrés del viajero primerizo. El aeropuerto internacional de la ciudad de México engulle como depredador voraz a los visitantes ocasionales. Uno ve con inédito sentimiento, aquel hervidero de bípedos que dentro del caos imperante saben a donde van (mientras que uno no), y eso hace que el pánico nos llene de angustia hasta derramarnos, que nuestras neuronas hagan corto, que el pulso se nos acelere. Así como don Quijote veía un enemigo en cada molino, nosotros vemos en cada viajero una bestia con largos colmillos, hocico babeante y mirada de fuego. Entra uno en una especie de síndrome del niño perdido. Empieza uno buscando con desesperación cosas que necesita y que ya cree perdidas, y sucede que por el nerviosismo uno las busca en donde nunca las pone. Este nerviosismo hace que hagamos movimientos bruscos que rompen cierres, rasgan bolsas, desprenden botones, trayendo como consecuencia un reguero de artículos a lo largo del pasillo. De pronto nos vemos a gatas nadando en un mar de piernas, peleando con todo tipo de zapatos, tratando de recuperar nuestras humildes y pisoteadas pertenencias. Al mismo tiempo pasan por nuestra cabeza sentencias tales como: ¿Quién te manda? ¿A que vas? ¿Por qué no haces caso? ¿Cómo pudiste?, etc., etc. De pronto, uno cae en la cuenta de que solo dispone de escasos 15 minutos para encontrar el lugar en el que se abordará el maldito avión de la conexión. A continuación, uno se ve corriendo, casi volando, por esos pasillos sin principio ni final, con artículos a granel en la diestra y otro tanto en la siniestra y con una bolsa sujetada con los dientes. Así las cosas, y para rematar, escuchamos por el altavoz nuestro nombre invitándonos a abordar nuestro avión en la sala X ¡ya próximo a salir!. Solo espero que a mi hermana no le pase nada de esto en su regreso.
Su estadía en Chiapas y Tabasco dejó anécdotas, coma la que le sucedió en las cascadas de agua azula.
¡Mira hermano, que hermosa se ve el agua! –expresó Toña al mirar un arroyito apacible que se desprendía del caudal principal entre arbustos perennes y platanales. Solo íbamos Ale, ella y yo. Si, muy cristalina, y también muy fría –respondí. Tócala y verás. Sin decir más, se dirigió al margen de la corriente con su mano en forma de cazuelita y se la llevó a la boca. Oh, si que es fría, y también saladita –comentó. ¿Te la bebiste? Si, pensé que era dulcecita como en el rancho. Minutos después salió a relucir el hecho con Gladis. Esta, a manera de anécdota y con toda inocencia, le comentó a Toña que aguas arriba los gringos y europeos gustan de bañarse encuerados (existe un campo nudista). Le vienen a uno a la memoria, esos gringos mochileros, sudados de caminar y oreados infinidad de veces, pasan por nuestra cabeza imágenes de rastas que no se bañan por no desbaratar sus búcles llenos de hilos y de borra de cobija. Entonces todos soltamos la carcajada. Al fin que ella es partidaria de la orino terapia –pensé a manera de consuelo.
Su estadía en Chiapas y Tabasco dejó anécdotas, coma la que le sucedió en las cascadas de agua azula.
¡Mira hermano, que hermosa se ve el agua! –expresó Toña al mirar un arroyito apacible que se desprendía del caudal principal entre arbustos perennes y platanales. Solo íbamos Ale, ella y yo. Si, muy cristalina, y también muy fría –respondí. Tócala y verás. Sin decir más, se dirigió al margen de la corriente con su mano en forma de cazuelita y se la llevó a la boca. Oh, si que es fría, y también saladita –comentó. ¿Te la bebiste? Si, pensé que era dulcecita como en el rancho. Minutos después salió a relucir el hecho con Gladis. Esta, a manera de anécdota y con toda inocencia, le comentó a Toña que aguas arriba los gringos y europeos gustan de bañarse encuerados (existe un campo nudista). Le vienen a uno a la memoria, esos gringos mochileros, sudados de caminar y oreados infinidad de veces, pasan por nuestra cabeza imágenes de rastas que no se bañan por no desbaratar sus búcles llenos de hilos y de borra de cobija. Entonces todos soltamos la carcajada. Al fin que ella es partidaria de la orino terapia –pensé a manera de consuelo.
Por otro lado, Toña les contó a mis hijos de mi renuencia a tocar guitarra cuando cualquiera de mis hermanos me lo solicitaba. La única oportunidad que teníamos de escuchar a su papá tocar guitarra era de contrabando, a escondidas –les decía. Cuando alguien de nosotros se atrevía a solicitarle que tocara para nosotros, volteaba con cara de fuchi emitiendo un rugido como de león –y acompañaba su dicho con una cara de pocos amigos y un GRRRRRRRRRR y Ale se despatarraba de risa. Después Ale preguntaba en todo momento a Toña: Tía, ¿Cómo le hacía mi papá cuando le pedían que tocara guitarra? –GRRRRRRRR, gruñía Toña con su respectiva cara de fuchi, a esto le seguía un ataque de risa incontrolable de parte de Ale. Realmente disfrutamos de la compañía y plática de mi hermana Toña. Estoy muy agradecido de los días que nos regaló y disfruté personalmente de nuestras largas charlas. Me queda claro que tenemos los mismos ideales e intereses. Aunque tenemos algunas diferencias en las formas, estamos muy de acuerdo en los fondos. Estoy convencido que las diferencias y los desacuerdos, han sido en el pasado, son ahora en el presente, y seguirán siendo en el futuro, el motor del desarrollo individual y social. La diferencia entre matarse por una diferencia o usarla como palanca para encontrar nuevas formas de solventarlas depende solo de nosotros. Es seguro que estamos de acuerdo en que Chimeli perdó vigencia, el hombre ya no es el arquitecto de su propio destino, solo es el albañil, o cuando mucho el “máistro” de obras. ¡Gracias Toña! Abrazos a tus hijos y nietos.
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