Visitas de la última semana

domingo, enero 07, 2007

De vuelta a la escuela

Ayer fuimos a Reforma casi a las 12 p.m. con el fin de que Pedro se despidiera de sus abuelitos. La razón de esta visita tan a deshora se la debemos nada menos que a Pedro. Llegó después de las 11 p.m. de la casa de su novia. Fue una larga despedida teniendo en cuenta que salió de nuestra casa como a las 6 de la tarde. Con vergüenza y todo, fuimos a despertar a don Lucio y a doña Maty casi ya de madrugada, para que Pedro pudiera despedirse. Como dice Gladis, llegamos como “don sapo”, nos abrieron y nos instalamos cómodamente en la sala a platicar como si el sol estuviera en pleno cenit. Ya esponjados en el mullido sillón, don Lucio no tuvo opción y sacó plática para espantar el sueño que aún le tenía apergolladas las pestañas. Le preguntó a doña Maty que si le gustó “la casita” que recién compró en el panteón (seguro que su reciente operación le hizo tomar esta decisión). Naditita –contestó rápidamente doña Maty. Hubiera estado de acuerdo si esa casita estuviera ubicada a un lado del palacio municipal, no allá donde la compraste!
Antes en Reforma sabíamos que había un muertito cuando escuchábamos martillar madera en la noche –comentó doña Maty. ¿Se oía claritito el golpeteo verdad Lucio? Fue entonces que salió a relucir el nombre de Leonardo Vasconcelos, don “Leoncito” como le decían los que lo conocían según adelantó don Lucio. Este señor era muy precavido y le gustaba estar preparado para cuando lo visitara el hombre de la guadaña. Así, un día tomó la iniciativa de mandar hacer su féretro nada menos que con el especialista del pueblo. De caoba o cedro para descansar a gusto. Quería su última morada bien hecha y con cierto lujo, pero sobre todo, que se notara y se sintiera el confort. De ahí surgió la necesidad de visitar frecuentemente al artesano, para supervisar y probar su última cama. Para esto, se metía a la caja, se acomodaba, se movía para un lado y para el otro, absolutamente concentrado para notar cualquier superficie áspera o algún borde incómodo que pudiera interrumpir su sueño eterno. Rebájele un poco a la altura de la cadera –decía con gravedad después de cierto tiempo. Ya terminado el trabajo, se lo llevaba a su casa en donde era colocado en el tapanco en espera de la llegara del día final. Pero ese día no llegaba para don Leoncito. Entonces el artesano, con el paso de los meses, y para evitarse el estrés de la siguiente entrega (los demás vecinos no eran tan precavidos como don Leoncito), empezó a pedirle prestada su caja para aquellos que se iban muriendo antes que él. Si, como no –contestaba el bueno de don Leoncito, convencido de que el artesano iba a poner más empeño en su próximo trabajo. Y cada que le hacían su nueva caja en pago de la anterior, se oía a don Leoncito decir. Quítele aquí, pórgale allá, púlale aquí, y así hasta que el viejito se acostaba cómodo sin chipote que lo molestara. Don Lucio perdió la cuenta de cuantas veces se repitió este proceso con el artesano, y don Leoncito nada que se moría. Por fin, llegó el día. Don Leoncito colgó los huaraches (no creo que hubiera tenis por ese entonces). Y que creen? No había caja para don Leoncito. Así que se vio obligado a ocupar su última morada sin haberla “probado”. Pobre don Leoncito, tan precavido.
Hoy dejamos a Pedro en el aeropuerto. Su vuelo salía a las 8:40 a.m. y llegamos a las 7:50 con la finalidad de que documentara con calma. De poco sirvió la anticipación. Había una fila larga, todos esperando documentar en el mismo vuelo de Pedro (aeromexico). Esperamos alrededor de 30 minutos para que empezara a avanzar la fila. Hasta ahí llegó la novia de Pedro para despedirlo. Aprovecharon el tiempo de espera para tomarse algunas fotos. Llegó la hora de las despedidas y se precipitaron las lágrimas y los pucheros. Pasamos a un lado de Arturo Núñez, el dolor de costado de López Obrador en los debates del año pasado. Se le veía tranquilo, por su semblante, es seguro que aún le quedan unos años más viviendo de los impuestos que ávidamente nos retiene nuestro honorable gobierno. Iba acompañado de una mujer más o menos de su edad, supongo que es su esposa por lo coloquial del trato entre ellos.

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