Visitas de la última semana

lunes, enero 01, 2007

La despedida

Hoy despedimos a mi hermana Toña. Me complace que haya estado 2 años con nosotros, desde el 25 de diciembre de 2006 hasta el 1 de enero del 2007. Nos ayudó a pasar unos días diferentes a los que estamos acostumbrados. En su compañía recorrimos sitios ya conocidos por nosotros pero que siempre continuaremos maravillándonos como la primera vez. A ella le sucedió lo que nos sucede a todos cuando hacemos algo por primera vez: nos sorprendemos y adquirimos nuevas experiencias que nos maravillan y fortalecen. Por ejemplo, cuando viajamos en avión, nos sometemos al rito de iniciación con el que la tripulación recibe a los pasajeros al comienzo de cada vuelo diciendo: ante una eventual pérdida de presión en cabina, favor de utilizar la mascarilla de oxigeno más cercana de esta manera (y empieza la demostración), si trae niños pequeños colóquesela usted primero y luego a los niños; abróchese el cinturón de seguridad de esta forma y desabróchelo de esta otra; las salidas de emergencia se encuentran aquí y allá. Luego viene el despegue en el que todos tratamos de hacer o pensar en algo que nos aleje de los pensamientos pesimistas que lo hacen a uno imaginar al avión convertido en una bola de fuego rodando por la pista en medio del ulular de las ambulancias y de los camiones de bomberos. Minutos después que el avión toma altura y deja su inclinación inicial de despegue, toma su posición horizontal hasta que el proceso se repite en forma inversa a la hora de aterrizar. Durante el vuelo, las azafatas inician el segundo ritual que consiste en transportar su carrito lleno de bebidas y bocadillos (generalmente galletas o cacahuates) para ofrecerla a los pasajeros. Es después del aterrizaje que da inicio el estrés del viajero primerizo. El aeropuerto internacional de la ciudad de México engulle como depredador voraz a los visitantes ocasionales. Uno ve con inédito sentimiento, aquel hervidero de bípedos que dentro del caos imperante saben a donde van (mientras que uno no), y eso hace que el pánico nos llene de angustia hasta derramarnos, que nuestras neuronas hagan corto, que el pulso se nos acelere. Así como don Quijote veía un enemigo en cada molino, nosotros vemos en cada viajero una bestia con largos colmillos, hocico babeante y mirada de fuego. Entra uno en una especie de síndrome del niño perdido. Empieza uno buscando con desesperación cosas que necesita y que ya cree perdidas, y sucede que por el nerviosismo uno las busca en donde nunca las pone. Este nerviosismo hace que hagamos movimientos bruscos que rompen cierres, rasgan bolsas, desprenden botones, trayendo como consecuencia un reguero de artículos a lo largo del pasillo. De pronto nos vemos a gatas nadando en un mar de piernas, peleando con todo tipo de zapatos, tratando de recuperar nuestras humildes y pisoteadas pertenencias. Al mismo tiempo pasan por nuestra cabeza sentencias tales como: ¿Quién te manda? ¿A que vas? ¿Por qué no haces caso? ¿Cómo pudiste?, etc., etc. De pronto, uno cae en la cuenta de que solo dispone de escasos 15 minutos para encontrar el lugar en el que se abordará el maldito avión de la conexión. A continuación, uno se ve corriendo, casi volando, por esos pasillos sin principio ni final, con artículos a granel en la diestra y otro tanto en la siniestra y con una bolsa sujetada con los dientes. Así las cosas, y para rematar, escuchamos por el altavoz nuestro nombre invitándonos a abordar nuestro avión en la sala X ¡ya próximo a salir!. Solo espero que a mi hermana no le pase nada de esto en su regreso.
Su estadía en Chiapas y Tabasco dejó anécdotas, coma la que le sucedió en las cascadas de agua azula.
¡Mira hermano, que hermosa se ve el agua! –expresó Toña al mirar un arroyito apacible que se desprendía del caudal principal entre arbustos perennes y platanales. Solo íbamos Ale, ella y yo. Si, muy cristalina, y también muy fría –respondí. Tócala y verás. Sin decir más, se dirigió al margen de la corriente con su mano en forma de cazuelita y se la llevó a la boca. Oh, si que es fría, y también saladita –comentó. ¿Te la bebiste? Si, pensé que era dulcecita como en el rancho. Minutos después salió a relucir el hecho con Gladis. Esta, a manera de anécdota y con toda inocencia, le comentó a Toña que aguas arriba los gringos y europeos gustan de bañarse encuerados (existe un campo nudista). Le vienen a uno a la memoria, esos gringos mochileros, sudados de caminar y oreados infinidad de veces, pasan por nuestra cabeza imágenes de rastas que no se bañan por no desbaratar sus búcles llenos de hilos y de borra de cobija. Entonces todos soltamos la carcajada. Al fin que ella es partidaria de la orino terapia –pensé a manera de consuelo.
Por otro lado, Toña les contó a mis hijos de mi renuencia a tocar guitarra cuando cualquiera de mis hermanos me lo solicitaba. La única oportunidad que teníamos de escuchar a su papá tocar guitarra era de contrabando, a escondidas –les decía. Cuando alguien de nosotros se atrevía a solicitarle que tocara para nosotros, volteaba con cara de fuchi emitiendo un rugido como de león –y acompañaba su dicho con una cara de pocos amigos y un GRRRRRRRRRR y Ale se despatarraba de risa. Después Ale preguntaba en todo momento a Toña: Tía, ¿Cómo le hacía mi papá cuando le pedían que tocara guitarra? –GRRRRRRRR, gruñía Toña con su respectiva cara de fuchi, a esto le seguía un ataque de risa incontrolable de parte de Ale. Realmente disfrutamos de la compañía y plática de mi hermana Toña. Estoy muy agradecido de los días que nos regaló y disfruté personalmente de nuestras largas charlas. Me queda claro que tenemos los mismos ideales e intereses. Aunque tenemos algunas diferencias en las formas, estamos muy de acuerdo en los fondos. Estoy convencido que las diferencias y los desacuerdos, han sido en el pasado, son ahora en el presente, y seguirán siendo en el futuro, el motor del desarrollo individual y social. La diferencia entre matarse por una diferencia o usarla como palanca para encontrar nuevas formas de solventarlas depende solo de nosotros. Es seguro que estamos de acuerdo en que Chimeli perdó vigencia, el hombre ya no es el arquitecto de su propio destino, solo es el albañil, o cuando mucho el “máistro” de obras. ¡Gracias Toña! Abrazos a tus hijos y nietos.

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