Desde hace como 15 días no ha dejado de llover por estos lugares. La lluvia no es intensa, aunque si frecuente. Hay días que no deja de caer agua día y noche. Para aquellas personas que viven en zonas bajas esto no es bueno. Esta gente es la primera en padecer los efectos negativos de habitar en una zona tropical. En lo personal, he disfrutado el ambiente fresco dejado por los chisguetes que sueltan las vejigas de Chac y Tláloc que flotan hinchadas en las entrañas de Itzamná por tanto pulque libado. Gozo cada día contemplando el creciente espejo de agua en el que se miran las garzas y que sirve también de aparador a una gran cantidad de especies emplumadas que aprovechan la oportunidad fugaz de exhibirse alegres. Cuando la lluvia nos da un respiro (tal vez Chac esta enfermo de la próstata), los colores de la naturaleza se miran más intensos, más nítidos, como si el agua hubiera lavado las impurezas que flotaban en el aire haciéndolas retornar otra vez a la tierra. Los lugareños salen con su cordel y anzuelo a atrapar aquellos peces que arrebatados nadan en su nueva y enorme pecera que hierve de vida por sus nuevos inquilinos voladores y rastreros. Contrario al gusto de Gladis que pelea en todo momento con la humedad y el “frío” y que no sale ni a la esquina sin su inseparable paraguas; yo me siento vivo con la brisa y el viento azotándome la cara y duermo tan tranquilo como pocas veces en el año. El ruido que el viento produce en las noches al pasar entre las hojas de los árboles, junto con el leve golpeteo que las gotas genera al chocar contra los ventanales de la casa, hacen que entre en un estado de relajación que me lleva casi de inmediato a un sueño profundo. Esto me ayuda a empezar el día siguiente con un ánimo renovado. Espero que este clima continúe unos días más antes de que lleguen los días de calor rabioso que hace que se le sequen a uno hasta las ideas.
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