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martes, febrero 20, 2007

Las consecuencias

El día posterior a aquél 29 de octubre de 1960, Antonio Muñiz se dirigía al rancho las ánimas en compañía de Delfino Muñiz. Por los acontecimientos de la víspera, Delfino le recomendó a Antonio ir armado. Ya encaminados, se encontraron a un grupo de soldados que traían a dos sujetos presos. Uno de aquellos presos era conocido por ambos viajeros, de nombre Sabino. Antonio Muñiz ya sospechaba el motivo de aquella redada. Seguro ya andaban en busca de los protagonistas comuneros involucrados en la balacera de la noche anterior. Al pasar el grupo a un lado de ellos, Sabino dijo a sus captores señalando simultáneamente con el dedo
-¡Ese es Antonio, y trae pistola! y ¡Es uno de los más peligrosos de la región!
- ¡Y ese es Delfino!, vive en Jazmines pero ahora esta con su abuelo.
¡Comunicativo el Sabino este!
Ese mismo día, apresaron a Pedro Conchas González, Margarito Andrade, Alejandro González y Antonio Muñiz. Todos ellos fueron llevados ante el Juez de Huejuquilla el Alto Jalisco. Este juez, por supuesto, amigo de los “señores” hacendados, les comunicó –¿¡Quedan detenidos por haber contestado a la agresión!? –¡si, este fue el delito!
Después de este juicio sumario y ortodoxo, este juez hijo de su madre los remitió sin más a la prisión de Colotlán. Antes de que el día llegara a su término, llegó a oídos de los detenidos el verdadero plan que tenía reservado para ellos aquella flamante “autoridad”. Esta noticia llegó por conducto de una persona que escuchó casualmente una conversación que sostuvo el jefe del “orden” con los subalternos designados para custodiarlos durante su traslado –¡Llévenlos caminando y hagan lo que tienen que hacer!
Para los que no están familiarizados con la impartición de justicia en aquellos tiempos y en aquellos lugares, esto era una sentencia de muerte. Esta orden llevaba codificado el plan verdadero –¡Aplicar la ley fuga a los detenidos!
El informante les recomendó pues, que por ningún motivo aceptaran irse caminando. Así las cosas, se ofrecieron 40 comuneros para acompañar a los sentenciados durante todo su trayecto si la autoridad continuaba empecinada en enviarlos caminando. Los amigos del “orden” y sus jefes, viendo que las cosas se ponían cada vez más color de hormiga, aceptaron a regañadientes mandarlos en autobús siempre y cuando ellos cubrieran el costo de los pasajes de todos los custodios. Así fue que pudieron salvar la vida en esta oportunidad. A partir de entonces, el acoso sobre ellos fue grande, motivo por el cual Pedro Conchas González y familia (y otros que le siguieron después), tuvieron que emigrar de aquellas tierras. De quedarse, no tenía más alternativa que matar…o ser muerto.

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