No hace mucho, terminé de leer esta joya histórica de mi tierra que contiene relatos de la revolución y la cristiada contados por los mismos protagonistas o sus familiares. Es un regalo que recibí de mi hermana Toña durante su paso por Reforma, gesto que le agradezco infinitamente. Estos relatos, y los lugares donde sucedieron, me hicieron recordar mis orígenes. Tierra y lenguaje de mis abuelos y sus antepasados. Su contenido me pareció del más puro realismo. Es un bello trabajo de recopilación realizado por Luis de la Torre y Manuel Caldera. Entusiastas que se dieron a la tarea de salir a la caza de vivencias que muestran de primera mano, lo que significó para aquellas personas vivir dos revoluciones. Descubrí en estos relatos la gran capacidad que la gente de antaño tenía para contar historias. Capacidad que hemos perdido ahora gracias a que nos hemos convertido más en receptores que en comunicadores. El exceso de tecnología y el gusto cada vez menor por la comunicación sustancial de persona a persona tienen mucho que ver en esta transformación. Estos relatos están llenos de sufrimiento, hambre y muerte. Abundan dentro de ellos los valores humanos como la valentía, la maldad, la caridad, la crueldad y todo aquello de que es capaz el ser humano cuando es llevado a los límites de la supervivencia. Descubrí también, a través de estas historias, que el interés individual predomina sobre los ideales, que la gente pacífica muere igual (o peor) que los belicosos, que tanto los “levantados” revolucionarios como las fuerzas del estado abusaban por igual de la población. Estoy seguro que más de algún antepasado mío anduvo en uno o en otro bando, recorriendo en su caballo aquellos llanos y barrancas, ya sea como perseguido o como perseguidor, terciado con cananas llenas de parque, con su sombrero de ala ancha embarbequijado, sus huaraches de correas, con su rifle 30-30 y su pistola de mazorca. La motivación para andar en la “bola” era diversa: algunos lo hacían por ideales, otros por necesidad, y algunos otros por gusto.
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