Semana de apuros. De nervios tensos como cuerdas de violín. Llena de idas y de regresos, de entradas y de salidas. Hoy por fin estoy en casa. Descanso en mi sillón favorito en compañía de Dobby el pequeño saltarín que a falta de Ale me persigue a mí como si fuera mi sombra. Recién llegué a Reforma procedente de la tierra de los Tenochcas donde el viernes operaron por segunda vez a Kory. Todo salió bien. Sabiendo esto nos volvió la sangre al cuerpo y otra vez agarramos el colorcito característico de aquellos aporreados diariamente por el sol del trópico. Se quedaron con ella Alejando, Gladis y Ale. Allá seguirán hasta que el nuevo andamiaje de Kory se fortalezca y pueda entonces hacer el viaje de regreso sin que las tuercas se le aflojen o los tornillos se le trasrosquen. Ahora el problema para mí será vivir solo un tiempo y no morir en el intento. Se me acaba de revelar que soy un total inepto en la cocina. Comí lo que cociné obligado por el hambre y en contra de lo que me dictaban el olfato y el gusto. Así que apuré rápidamente aquel suculento potaje igual que se apura una rasante cucharada de ricino.
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