Estamos, como cada fin de año, con la familia reunida. Conforme las familias crecen y sus integrantes se hacen más adultos, cada vez serán menos los días de coincidencia. Serán siempre afortunados los que aún tengan la oportunidad y los medios para reunirse todos los que son una o dos veces al año . Llegará el día (verdad lapidaria) que esto no será posible a menos que gusten de hacer o participar (no aconsejable) en reuniones espiritistas. Particularmente, los recuerdos más vívidos que aún conservo de mis padres y hermanos, son aquellos días en que la tradición impuesta por ellos mismos nos reunía. Ahora que mi mente viaja veloz hacia aquellos festivos días, vuelvo a ver a Toña hablando acaloradamente del blanco y pulido diente (política) a la vez que se cura las agruras con aquél acanelado cuanto efectivo tónico (mezcal), a mi Madre preparando para sus hijos aquel rico mole rojo renegando mientras tanto de las múltiples apologías dentales, a mi Padre secundando a Toña con el remedio de las agruras y practicando entre ambos una delicada endodoncia, a Goyo filosofando siempre con aquella característica sobriedad tan suya y tan propia, a Chepina tan pizpireta, tan limpia y tan ordenada, a Chuy mirando el mundo a través de aquél interminable vaso de cristal lleno de vevida soporífera, a Guy oteando calladamente lo que ya sabía que encontraría más allá del horizonte, y a Yola ya bregando desde entonces por el sustento pero siempre con la sonrisa en los labios. Bailábamos, reíamos y platicábamos como si tuviéramos la certeza de que ese día fuera a ser el último de nuestras vidas.
Visitas de la última semana
sábado, diciembre 31, 2011
Adiós 2011
Está por consumirse la última semana del año. No soy de los que esperan el último día para hacer los propósitos del siguiente año. Hago los míos el mismo día en que se me ocurren y una vez decididos me siguen como si fueran mi sombra. Los propósitos son buenos porque dan cause y dirección a la vida. Todo lo que uno hace día con día está relacionado directa o indirectamente con los propósitos elegidos. Algunos dirán que estudiar, o incluso trabajar son buenos propósitos. Yo pienso que no. Creo que estos son solo medios (entre muchos otros) para llegar a aquellos. Por lo general, alcanzar buenos propósitos puede llevar no menos de un lustro, incluso una década ¿Tú ya formulaste los tuyos? o ¿Ya vas en dirección a ellos? Claro, habrá quienes no alcance el día para terminar sus múltiples ocupaciones y no tener sin embargo propósitos definidos, pero estos son pocos y generalmente tienen mucho dinero. Hay que hacer propósitos, ni modo, y lo que es más, cumplirlos.
jueves, diciembre 29, 2011
La tranquilidad y la angustia
Hoy es el primero de cinco días al hilo que tengo de descanso. Ya clamaba por un pequeño receso. Dormí como oso en invierno ayudado por la lluvia que desde el domingo nos ha salpicado con un desgano piadoso. No puedo decir lo mismo de Gladis. Su preocupación inició días antes de navidad cuando Cheli le anunció que se sentía mal y que se iría a su casa para regresar hasta después de navidad. Esta repentina enfermedad, muy a modo por cierto, hizo que a Gladis se le subiera lo chamula –mejor ya no vengas. Pasa por tu dinero a la casa de mi mamá –le respondió la Doña. Supe después que días antes se había descompuesto la lavadora –ahora entiendo la enfermedad de Cheli –pensé. Hay una sola cosa a la que Gladis tema más que tragarse una pastilla: lavar. Cuando existe la remota posibilidad de encontrarse de frente con ese monstruo apocalíptico que representa la acumulación de ropa sucia, ella se transforma en una madeja de nervios, la asaltan las pesadillas, se le espanta el sueño, y solo vive pensando en el día en que esa montaña colapsará sobre su cabeza atrapándola sin remedio y sin darle oportunidad de escapar. Hoy, con sorpresa y admiración, me enteré recién me desperté, que ya tenía ayudanta y no solo eso sino que ya tenía hasta lavadora. No me explico como la metió en el coche. Bien dicen: cuando la cosa es de vida o muerte, las capacidades humanas se multiplican exponencialmente.
jueves, diciembre 22, 2011
De problemas y resortes
Todos los problemas tienen un punto de inflexión, de no retorno a su estado original. En este sentido, los problemas se parecen mucho a los resortes: si se estiran más de la cuenta, entonces ya no regresan a su estado inicial. Se dice por lo tanto que sucedió un cambio o un accidente. Todos desearíamos poner una solución a los problemas antes que alcanzaran este maléfico, dañino e indeseable punto de inflexión, el problema es determinar acertadamente cundo tendríamos que comenzar. En principio tendríamos que reconocer (o saber por un tercero que nos quisiera lo suficiente para arriesgarse a que de ipso facto le mentáramos la madre) que ya tenemos un problema y es aquí donde al puerco le dió por arriscarse el rabo. Si inoculáramos la solución correcta en esta temprana etapa, el cambio y el accidente no sucederían y no tendríamos que padecer dolor, ni secuelas, ni la muerte en etapas tan tempranas de la vida. Desgraciadamente no siempre tenemos el control de las fuerzas que estiran nuestros resortes y cuando sí lo tenemos, y está en nuestras manos dejar de aplicarlas no nos da nuestra recanija y regalada gana hacerlo…vaya usted a saber por qué. Después que sucede ese ingrato punto de inflexión, en el mejor de los casos, ya nada será lo mismo, y en el peor de ellos ya mejor ni hablar.
martes, diciembre 20, 2011
El Depa
Por alguna insospechada razón no me da la gana escribir cuando estoy en el departamento. Lo encuentro tan divertido y aleccionador como chupar un clavo oxidado mientras veo el programa cultural de la señorita Laura. Esta noche sin embargo, estoy tratando de encontrar la punta perdida de la madeja; quien quita es chicle y pega. Vivir en un condominio no es cosa fácil de hacer ni tampoco de platicar. Compadezco a mis vecinos estudiantes que están obligados a cumplir con sus ya de por si trabajosas tareas en medio de este soberbio y tupido barullo. La mejor concentración lograda a la hora pico del ruido no sirve ni para ensartar una aguja aunque tuviera el orondo ojo de un pescado o el saltón y fosforescente ojo de un animal nocturno. Grita la tamalera, el pizzero, el aguador, el fontanero, el afilador y hasta el loco pepenador de basura. A este estridente bullicio se agrega además la infaltable contaminación vehicular producida por conductores que se creen pilotos en competencia de formula uno: rechinar de llanta, estrepito de claxon y rugido de motor. Pero todo esto junto queda eclipsado por las siempre nutridas y aleccionadoras conversaciones de pasillo de nuestra comunidad de vecinos cuyos temas de conversación oscilan desde la telenovela de moda hasta los más delicados y controversiales asuntos de índole freudiano. No se diga ya los ruidos que llegan desde los departamentos adyacentes a golpear como con un martillo de thor el delicado tímpano de su desprevenida víctima haciendola saltar con el corazón en las manos y el Jesús en la boca; me refiero a las incansables licuadoras, lavadoras, estéreos, regaderas, descargas de retrete, accionar de cerrojos, y un sinfín de ruidos más. Espero aprender pronto a filtrar la contaminación exterior a fin de irle allanando el camino a las asustadizas ideas y animarlas a salir de su actual e involuntario arrinconamiento.
lunes, diciembre 12, 2011
Victimas… ¿sin responsables?
El sábado fue un día difícil. Por insistencia de Pedro llegamos a las Garzas desde el viernes. La inocencia de Gladis la hizo pensar que la urgencia de su tractorcito se debía a que durmió en el departamento sin aire acondicionado. Ellos llegaron a medio día y un servidor lo hizo en la noche. A decir de Gladis –Tan pronto llegamos a la colonia Pedro nos aventó de la camioneta a Cheli y a Mí como si fueramos costales de papas y se fue a Reforma como auténtico berebere sediento tras el único oasis a 500 kilómetros a la redonda –en caso de que se les haga tarde se quedan a dormir allá –le alcanzó a gritar tendida en el piso de la cochera su santa y resignada madre ¿Oíste? tenemos tiempo para darle vuelo a la hilacha –dijo feliz Pedro a su acompañante Daniel. Regresó al siguiente día ya bien puesto el sol proyectando la cándida inocencia de un bebedor intolerante a la lactosa después de haberse jondeado una docena de malteadas de fresa preparadas con leche entera. Soy testigo de que Gladis pasó una mala noche mientras su hijo tomaba horchata y cantaba tiernos y angelicales villancicos. Ale se quedó en Villahermosa pues el sábado tenía el compromiso de asistir a un "club de lectura” que le organizaron sus amigos intelectuales por ser día de su cumpleaños. En la colonia nos quedamos sin gas y a Gladis se le quedó el pollo a medio hervir que yo tuve que llevar luego a Reforma para que su mamá lo terminara de cocinar y no se desperdiciara. El sábado nos regresamos a Villahermosa puesto que teníamos el compromiso de asistir ese día a la posada que anualmente nos organiza la empresa. Además había que hacer los frijoles charros para la carne asada que el domingo hariamos en honor de la cumpleañera. No pudimos abrir la puerta y permanecimos afuera con tiliches, ropa de gala y perro por espacio de una hora mientras el cerrajero practicaba sus buenos oficios ¿Sabe Ale que a esta cerradura (el depa tiene tres) no se le debe poner seguro porque no abre desde el exterior? Claro que lo sabe. Fin del diálogo. ¿Quieren que le ponga por lo menos la perilla a la cerradura para que no quede el hueco? –Nos preguntó solícito el cerrajero una vez que terminó ¡No! repuse rápidamente, así me aseguro que no vuelva la burra al trigo. Gladis como pudo tapó el hueco. Tiempo después llegó Ale con sus amigos: Ale, ¿por qué le pusiste seguro a la puerta? ¡Mira todo lo que tuvimos que hacer para entrar! ¿Yoooo? ¡Para nada! Fin del diálogo. Tiempo después y antes de que Ale saliera a cumplir con el compromiso aún pendiente de aumentar el bagaje de conocimientos en el honorable y tres veces heroico “club de lectura” ¡Ale, no le pongas llave a la otra cerradura porque no abre desde adentro! –Gritó Gladis mientras batallaba con sus pupilentes. Ahá –se oyó entre risas que se alejaban. A punto estábamos de salir para la posada cuando Gladis cayó en la cuenta de que la orden dada a su intelectual y siempre comprensiva hija había servido para lo mismo que sirve dar clases de repostería a una recua de pollinos. A esperar otra media hora a que los doctos terminaran de leer el primer capítulo de Don Quijote para que el siempre amable (sin ironía) Jesús Nucamendi pudiera salir de aquel templo de la sabiduría y nos sacara de nuestro hasta ahora eventual claustro. Que poca...madre no, porque tienen una de las mejores.
domingo, diciembre 11, 2011
Mi percepción
Diríase que han existido desde tiempo inmemorial dos tipos de seres humanos: los que regularmente ordenan y los que de ordinario obedecen. Los primeros son relativamente pocos y los segundos reverberan. Generalmente nacemos con el mismo hardware, por consiguiente, podría pensarse que existe en la mayoría de nosotros la posibilidad de aceptar el mismo software. Pero no es así. Los primeros entienden tempranamente (he aquí el detalle) la dificultad de aprender y aceptan con disciplina (he aquí el otro detalle) el alto costo que demanda hacerlo bien. Los primeros son, según la percepción de los segundos, ratones de biblioteca (por gusto o por mandamiento), mientras que los segundos parecen más ratas de la montaña (por gusto o por dejadez). Los primeros trabajan para el futuro y los mueve un sano afán de progreso mientras que los segundos viven el momento y esperan obtener de la vida el máximo beneficio con el mínimo de esfuerzo. Los primeros aplazan la buena vida hasta su madurez mientras que los segundos viven buscándola toda su vida.
sábado, diciembre 10, 2011
Evocación 2
Es una tarde soleada de un día cualquiera en los Altos de Jalisco. Es el año de 1963. Tal vez verano. Veo a un niño güero de aspecto chamagoso como de 5 años jugando solitario en un camino rural y terregoso. Su aspecto cenizo y desaliñado hace juego con la aridez de la vereda en la que camina y que se encuentra amurallada por sendas y orondas cercas de piedra. Su cabeza está poblada de cabello rubio. Cabello grueso y lacio que me hace recordar la dura crin de los caballos. Sin duda un reto para el peine y cualquier cantidad de brillantina. Su piel blanca se mira muy aporreada por las inclemencias del sol y del frio. Lunares de piel rosada motean su cara y son rastros inequívocos de los estragos que el extremoso clima infringe a su pálida y enfermiza epidermis. Camina descalzo. Viste ropa sucia y desgastada. Juega con una lata de sardina que arrastra cuidadosamente valiéndose de un hilo delgado de cáñamo atado a uno de sus extremos ovalados. La lleva llena de guijarros y conforme la arrastra va dejando en el terreno polvoriento un rastro como de serpiente. Su rostro denota mucha concentración, señal de una febril y volátil imaginación. Inmerso en su fantasía, elige con sumo cuidado la próxima dirección que tomará su precaria troca. Veo que ejecuta giros imprevistos evitando riesgos invisibles. Lo escucho murmurar entre dientes apagadas incoherencias. Con el ceño casi siempre fruncido, veo que gesticula, a veces preocupado, otras veces más resuelto. No sabe si existen cosas más allá de lo que sus ojos sin pestañas han podido mirar, tampoco le preocupa. Su imaginación es tan poderosa y jacalera que es capaz de crear su propio mundo sin fronteras en el que vive con alegría sus desbordados ensueños. En ese lugar inmaterial protagoniza frecuentes y divertidas aventuras. Lo sigo con la mirada largo rato hasta que se pierde en un recodo del camino... y luego en la lejanía del tiempo.
domingo, diciembre 04, 2011
El bienestar y los hábitos
Entre más edad se tiene más hábitos se acumulan. Basta con salir un par de días de la comodidad del hogar para que estos broten en tropel protestando por los cambios. Llegué la noche del miércoles al DF y mi cuerpo extrañó de inmediato el clima húmedo y templado. Me hospedé en el Hotel Del Prado Galerías y nuevamente eché de menos cama, almohada y cobertor además de haber pescado una alergia urticante en la piel de esas que hacen gozar al afectado arrancándose el pedazo. Luego sobrevino el tormento de la ducha. Tenía que tomarla usando una regadera diminuta que aumentaba la presión a tal grado que los finos hilos de agua se convertían en agudos dardos de cristal. Ni que decir el efecto que me producía el aire gélido que me recibía fuera del baño. Mi nariz empezó pronto a hacer agua y hubo que andar con papel higiénico en la bolsa. Siempre que viajo, lo más delicado es la comida. Gladis guisa con poca grasa y utiliza con mucha mesura los condimentos. Esto me obliga a viajar con un botiquín bien surtido que ya lo quisieran tener en sus anaqueles las farmacias Guadalajara. Elegí probar el primer día la comida del restaurante El Portón de Galerías. Mala decisión. Pedí una arrachera por ser un corte de carne algo magra y casi siempre blanda. Me sirvieron una que tenía la misma consistencia que la suela de un guarache. Esto aunado al filo romo del cuchillo que me tocó me hizo ver mi suerte. Cada bocado era como masticar un puñado de ligas o de globos, al menos ese sabor tenía. Eso sí, el interior del establecimiento era impecable. Las meseras vestían unos faldones largos, amplios y coloridos con unas hombreras puntiagudas de color rojo. Estas mujeres me recordaban los Closplayers que he visto en internet. Bueno, quedó una vez más demostrado que no todo lo que se ve bien sabe bien. La culpa es de mi estómago: cuando está vacío toma el control y me lleva por el camino más corto.