Es innegable que la cultura de seguridad en nuestro país es un término manejado a “toro pasado”, esto es, después de haber sucedido una catástrofe. En lo último que piensan nuestras autoridades a la hora de conceder permisos de construcción es en la seguridad de la población. El organismo responsable en México para manejar emergencias cuando estas se presentan es “protección civil”. Esta sociedad esta formada por el cuerpo de bomberos, la cruz roja, representantes de la población civil y todos los niveles de gobierno. En caso de presentarse una emergencia, o bien, ante cualquier sospecha de que sucederá, existe un “procedimiento” que debe ser seguido por cada elemento de esta sociedad con el fin de minimizar las pérdidas de vidas humanas y las pérdidas materiales. Me vienen a la memoria las catástrofes en el sistema de alcantarillado de Guadalajara y las explosiones en San Juan Ixhuatepec en México por la fuga de hidrocarburos, ambas pésimamente manejadas. Recuerdo también que en la víspera del 16 de septiembre y 31 de diciembre se repiten las explosiones e incendios causados por las fábricas de “cuetes” en toda la República. Son repetitivas también, las innumerables inundaciones en zonas densamente pobladas ubicadas en las márgenes de los “arroyitos” que a causa de los huracanes se convierten en “ríos asesinos” como sucedió este mes en Tapachula Chiapas (río Coatán) y años atrás en Monterrey (río Santa Catarina). Todas estas catástrofes pudieron ser evitadas en su momento, y es evidente, que sucedieron porque alguien no cumplió con su deber. La poca memoria de la población y la irresponsabilidad de las autoridades hacen que esto se repita hasta el cansancio, y solo quedan en el recuerdo de los involucrados como lamentables “accidentes”.
Digo esto porque hoy en el trabajo escuché en las noticias (en el radio del coche) que se presentó una fuga de amoniaco en una purificadora de agua ubicada en el centro de Villahermosa y cuya nube tóxica alcanzó cuatro escuelas aledañas entre las que se encontraban la de Pedro y la de Ale. La noticia informaba que varios niños habían sido trasladados al hospital por problemas en las vías respiratorias y que la totalidad de los alumnos de estas escuelas habían sido evacuados. Me preocupé por mis hijos pero confiaba en que algún profesor o ellos mismos llamarían a su Mamá si algo les pasaba. Una hora después de haber escuchado la noticia me llamó Gladis al trabajo para ponerme al tanto de lo acontecido con Ale y Pedro. Ale llamó para informarle que habían suspendido las clases y que estaban dejando salir solo a aquellos alumnos cuyos familiares podían pasar por ellos. Yo me pregunto: ¿Qué hubiera pasado con aquellos alumnos cuyos padres no hubieran podido llegaran a tiempo?, ¿y si la contingencia hubiera sido mas grave? Gladis le aconsejó que se fuera con su amiga Jazmín cundo sus papás pasaran por ella. La escuela de Pedro si evacuó inmediatamente a todos sus alumnos. Lo que más me sorprendió e indignó de este suceso, fue la explicación que dio la persona responsable de la purificadora “estábamos dando mantenimiento correctivo al sistema y las fugas de amoniaco son inherentes al trabajo, lo que pasa es que la gente no está acostumbrada a este olor y se espantaron!?”. La verdad, esta explicación me dejó frío y dejó ver la total ignorancia que esta persona tiene de las características del amoniaco y del impacto que tienen estas emisiones fugitivas supuestamente “sin importancia” en la salud de las personas. En otros países, este “simple” incidente –como se dijo que fue- hubiera sido suficiente para clausurar el establecimiento y abrir una investigación penal a los responsables. Es común en aquellos países, obligar a los dueños a investigar el incidente con el fin de encontrar la causa raíz y poder hacer los cambios necesarios que permitan que el hecho no se vuelva a repetir. Esto es requisito indispensable para que las autoridades concedan el permiso para reabrir el negocio. En cambio, aquí, es muy probable que este incidente se arregle con una “módica suma” para la autoridad en turno. En tanto, que la población se las arregle como pueda en el próximo “accidente”.
Pasando a otro tema, hoy Gladis me comentó que ella, su Mamá Matilde, su hermana Maty y Jorgito (el hijo de Maty), se pusieron a ver la película de la boda de esta última. Después de un rato de estarse viendo más jóvenes, más delgadas y más bonitas, notaron que Jorgito tenía una cara de seriedad que no le conocían. De pronto y sin previo aviso, rompió en un llanto desgarrador. Inconsolable, no acertaba a contestar las incesantes preguntas de su Abuelita y de su Mamá. Rápidamente contagió su llanto a las dos Matildes, tal vez por el susto, o tal vez por el sentimiento de ver aquél llanto saliendo de lo más profundo de aquel pequeño pecho. El hecho es que al fin cayeron en la cuenta que la razón era el no haber sido parte de aquella fiesta en la que sus papás y tías parecían tan divertidos. Su experiencia no le daba para entender aquella ingratitud, peor aún verlos tan felices………….. ¡Y sin él! Es frecuente a esa edad que los hijos sientan que son el centro del universo de sus papás. A esa edad no saben asimilar un desaire o una negativa y no soportan que se les ignore. Es frecuente que a esa edad pidan cosas imposibles. Esto me hace recordar la ocasión en que escuche a una hija pedir a su papá nada menos que ¡hielo caliente! A esa edad, los hijos piensan que uno todo lo puede, somos poco más que batman, el hombre araña o superman. El desencanto viene 15 años después (para algunos antes), para entonces ya no somos tan “agradables”.
Digo esto porque hoy en el trabajo escuché en las noticias (en el radio del coche) que se presentó una fuga de amoniaco en una purificadora de agua ubicada en el centro de Villahermosa y cuya nube tóxica alcanzó cuatro escuelas aledañas entre las que se encontraban la de Pedro y la de Ale. La noticia informaba que varios niños habían sido trasladados al hospital por problemas en las vías respiratorias y que la totalidad de los alumnos de estas escuelas habían sido evacuados. Me preocupé por mis hijos pero confiaba en que algún profesor o ellos mismos llamarían a su Mamá si algo les pasaba. Una hora después de haber escuchado la noticia me llamó Gladis al trabajo para ponerme al tanto de lo acontecido con Ale y Pedro. Ale llamó para informarle que habían suspendido las clases y que estaban dejando salir solo a aquellos alumnos cuyos familiares podían pasar por ellos. Yo me pregunto: ¿Qué hubiera pasado con aquellos alumnos cuyos padres no hubieran podido llegaran a tiempo?, ¿y si la contingencia hubiera sido mas grave? Gladis le aconsejó que se fuera con su amiga Jazmín cundo sus papás pasaran por ella. La escuela de Pedro si evacuó inmediatamente a todos sus alumnos. Lo que más me sorprendió e indignó de este suceso, fue la explicación que dio la persona responsable de la purificadora “estábamos dando mantenimiento correctivo al sistema y las fugas de amoniaco son inherentes al trabajo, lo que pasa es que la gente no está acostumbrada a este olor y se espantaron!?”. La verdad, esta explicación me dejó frío y dejó ver la total ignorancia que esta persona tiene de las características del amoniaco y del impacto que tienen estas emisiones fugitivas supuestamente “sin importancia” en la salud de las personas. En otros países, este “simple” incidente –como se dijo que fue- hubiera sido suficiente para clausurar el establecimiento y abrir una investigación penal a los responsables. Es común en aquellos países, obligar a los dueños a investigar el incidente con el fin de encontrar la causa raíz y poder hacer los cambios necesarios que permitan que el hecho no se vuelva a repetir. Esto es requisito indispensable para que las autoridades concedan el permiso para reabrir el negocio. En cambio, aquí, es muy probable que este incidente se arregle con una “módica suma” para la autoridad en turno. En tanto, que la población se las arregle como pueda en el próximo “accidente”.
Pasando a otro tema, hoy Gladis me comentó que ella, su Mamá Matilde, su hermana Maty y Jorgito (el hijo de Maty), se pusieron a ver la película de la boda de esta última. Después de un rato de estarse viendo más jóvenes, más delgadas y más bonitas, notaron que Jorgito tenía una cara de seriedad que no le conocían. De pronto y sin previo aviso, rompió en un llanto desgarrador. Inconsolable, no acertaba a contestar las incesantes preguntas de su Abuelita y de su Mamá. Rápidamente contagió su llanto a las dos Matildes, tal vez por el susto, o tal vez por el sentimiento de ver aquél llanto saliendo de lo más profundo de aquel pequeño pecho. El hecho es que al fin cayeron en la cuenta que la razón era el no haber sido parte de aquella fiesta en la que sus papás y tías parecían tan divertidos. Su experiencia no le daba para entender aquella ingratitud, peor aún verlos tan felices………….. ¡Y sin él! Es frecuente a esa edad que los hijos sientan que son el centro del universo de sus papás. A esa edad no saben asimilar un desaire o una negativa y no soportan que se les ignore. Es frecuente que a esa edad pidan cosas imposibles. Esto me hace recordar la ocasión en que escuche a una hija pedir a su papá nada menos que ¡hielo caliente! A esa edad, los hijos piensan que uno todo lo puede, somos poco más que batman, el hombre araña o superman. El desencanto viene 15 años después (para algunos antes), para entonces ya no somos tan “agradables”.
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