Como casi todos los fines de semana fuimos a desayunar tacos y consomé a Reforma Gladis, Ale, Pedro y yo. Al pasar por el parque central nos percatamos que la actividad era distinta. Pronto nos dimos cuenta que la razón de tanto movimiento era un centro de acopio para ayudar a los damnificados del estado. Con altoparlantes animaban al público a participar con lo que pudieran: comida, agua, ropa, artículos de cocina, papel higiénico, toallas sanitarias, etc. Es difícil permanecer al margen ante esta desgracia, más aún, después de haber vivido nosotros mismos una catástrofe como esta tan de cerca hace algunos años. Le comenté a Gladis que deberíamos participar con algo para ayudar a esa gente que lo perdió todo. Ella estuvo de acuerdo y compró comida enlatada, pastas, azúcar y aceite. Llevó inmediatamente la despensa al centro de acopio en donde la recibió con agradecimiento la esposa del presidente municipal. Después de eso, llegó a la casa y con la ayuda de Ale y Pedro juntó toda la ropa que ya no usamos –o que ya no nos queda- y la llevaron también al mismo centro de acopio. Es probable que mucha de esta ayuda no llegue completa a destino, la corrupción cobrará su tributo. Esperemos que el deseo de ayudar se contagie a todas aquellas personas responsables del transporte y repartición de lo que en cada centro de acopio del país se reúna. No hay que olvidar que las catástrofes sacan lo mejor y lo peor de las personas. Unos, después de sobreponerse al choque inicial, ayudan a sus compañeros en desgracia, otros, ven la oportunidad de robar o de sacar algún provecho particular y egoísta amparados en la anarquía total imperante.
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