Nos levantamos temprano (yo a las 6 a.m.) para dejar a Pedro en el aeropuerto. Es la 1 p.m. y ya lo extrañamos. Ale lo primero que exclamó cuando se levantó fue ¡no me despedí de él! En la sala de espera vimos a muchas familias llevando a sus hijos para su retorno a clases. Como siempre, vimos escenas enternecedoras; una niña rubia menudita como de 6 años dando la bendición a su papá. También hubo imprevistos de nuestra parte. A Pedro no le permitían abordar el avión porque su pase tenía el nombre de Manuel Burelo. Abordó solo hasta que le dieron un nuevo pase de abordar con su nombre correcto. Es increíble la cantidad de cosas que pueden salir mal en un tiempo tan corto. Por ejemplo, para evitar que las monedas fueran un problema a la hora de pagar el estacionamiento (el aeropuerto tiene máquinas expendedoras de tickets), me aseguré de llevar en el bolsillo las monedas suficientes para pagar (a Gladis siempre le pasa lo mismo: nunca tiene cambio cuando vamos al aeropuerto). Como comentaré mas adelante, esta previsión de poco sirvió. Ya en la sala de espera, recordé que no le puse seguro al coche (cosa frecuente en mí). Salí al estacionamiento para remediar esa estupidez. Después de despedirnos de Pedro me dirigí a la máquina y metí el ticket para conocer la cantidad por pagar: 24 pesos. Introduje la cantidad exacta en otra rendija y la muy jija solo contó 14 pesos de los 24 que le metí. Reporté la anomalía a un guardia que se encontraba cerca. Este a su vez fue por una empleada del estacionamiento. Cuando esta mujer llegó, apretó un botón, y la máquina vomitó el ticket y el dinero que acababa de engullirse mañosamente. Después de esto repetí la operación. En esta ocasión la máquina hizo las cosas como se esperaba, sin chapucería, me regresó el ticket con la cuenta saldada. Luego, uno tiene que introducir ese mismo ticket en una rendija de otra máquina ubicada a la salida del estacionamiento. El conductor que me adelantaba en la fila estaba en este proceso… y en apuros, metía su boleto en la rendija de un modo, luego de otro, le daba vuelta, le volvía a dar vuelta, y nada. Sufrí solo de ver su cara de angustia y desesperación; como la máquina no reconocía el boleto, no subía el brazo mecánico que obstruía el paso. Nos tuvimos que cambiar de fila para salir de ese nuevo atolladero. Ya de regreso, unos 10 minutos después de haber dejado el estacionamiento, Gladis recibió el mensaje de Pedro comunicándole que no lo dejaban abordar por el problema del nombre. Afortunadamente ya estamos en casa y Pedro ya llegó a su destino, lo veremos dentro de cuatro meses si todo sale bien en este su tercer semestre. Esperamos que así sea.
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