Llevar un diario es gratificante. Es regalarse una opción futura de echar una mirada al pasado. Volver sobre lo andado es conocer con exactitud la razón de nuestras elecciones. Es un patrimonio cultural, una fuente inagotable de datos en este mundo en el que predomina el alzheimer. Leer un diario es evocar escenas, emociones, ideales, gustos, personas, anécdotas, con la original intensidad y nitidez que en su momento se vivieron. Es increíble la cantidad de vivencias y emociones que hacen a un individuo distinto a los demás. Calculo que el ser humano olvida el 80% de su acervo; tenemos una mente volátil y caprichosa, se limita a guardar eventos en forma aleatoria. Sin pedirnos opinión, guarda lo que su regalada gana quiere. Una cabeza que guarda solo el 20% de lo que tanto trabajo le costó vivir a su dueño no puede ni debe ser considerada confiable, mucho menos suficiente. Llevar un diario es hacer trampa a esa parte olvidadiza de nuestro cerebro. Es vestir con palabras las imágenes desnudas que se arremolinan y claman por salir de la unanimidad de nuestro cerebro. Quieren ser inmortalizadas en una hoja de papel o en un chip de computadora para que se les recuerde después. Escribir un diario despierta también el espíritu creador, desarrolla la fantasía, aumenta el gusto del lenguaje, mejora la capacidad de expresión y de comunicación, da una visión de totalidad que ayuda a sintetizar lo importante y da a lo trivial otra dimensión. Escriban un diario, se los recomiendo. Si lo hacen, guardarán para siempre un pedazo de historia para la posteridad.
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