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domingo, febrero 17, 2008

El regreso del calor

Las barras de chocolate son una buena herramienta para indicarnos el efecto real de la temperatura ambiente. Hoy a las 2 p.m. Gladis salió de la tienda con un chocolate en la mano y al llegar al coche (estacionado a una cuadra) ya había perdido su forma. El coche marcaba en ese momento 40°C y el chocolate se escurría por la abertura como si fuera miel. Al llegar a la casa ya era imposible hincarle el diente y fue necesario meterlo al refrigerador para no comerlo con popote. Falta un mes para que termine el invierno y el sol ya calienta como si estuviera a mitad de la primavera. Su afán de cocinarnos a destiempo denota que ya perdió los libros igual que le sucede a Doña Maty.

Ya le retiraron los puntos a Kory y la veo mucho mas suelta al caminar. Está aburridísima de permanecer en la cama y de la posición horizontal que tiene que guardar, la convalecencia es difícil precisamente por la insalvable inactividad y a las múltiples dolencias que la acompañan. Espero que algo de ese tiempo (entre dolencia y dolencia) lo dedique a un libro aunque sea de esos de superación personal que salen rápido y se venden como pan caliente prometiendo la “transformación” inmediata del lector mediante revelaciones secretas que al final resultan tan obvias y tan populares como los refranes.

Pedro está en exámenes y hace un par de días que no sabemos nada de él. Con eso de que ya no tienen novia por acá ya no chatea como cuando la tenía, ahora supongo que se conecta solo cuando está aburrido, y eso, por lo que deduzco sucede poco. Lo último que supe por su mamá es que lo dejó tirado el coche.


Ale anda descocida con su novio. Tiene la enfermedad de la cursilería, si, esa que no se quita hasta bien entrados los años. Anda en ese período en que el nombre y la imagen del novio se transforman en tótem, cábala, religión o faro. Está en esos años en que la imagen (o el nombre) del endiosado se pone en llaveros, cartera, buró, en la cabecera de la cama, en el celular, en la PC, en los cuadernos, en los libros y si uno se descuida, hasta puede aparecer en el espejo retrovisor del coche. Lo que separa el romanticismo de la obsesión es una línea tan delgada que muchas veces es pasada por alto, y más teniendo un estado de conciencia tal que hace pensar al afectado que todo conspira contra ella y en la que todo aparece fácil y merecido. Toco madera.

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