Me cuenta Gladis que cuando Doña Maty olvida los ingredientes de algún guiso que en el pasado solía preparar rutinariamente, dice a manera de disculpa “es que ya perdí los libros”. Ahora nos ocurrió eso mismo a Gladis y a mí ayer domingo al tratar de hacer carne asada. Le he oído decir que las manos le quedan oliendo a ajo por espacio de dos días después de marinar la carne por lo que le sugerí usar guantes de hule esta vez. Como no tenía guantes le propuse envolverse las manos con bolsas de plástico que yo mismo amarré alrededor de sus muñecas. Mala estrategia; la envoltura hizo que no “sintiera” la cantidad de sal que regaba con sus dedos, fallando así el único medio dosificador confiable que tiene, el tacto (ni hablar de la vista). Pasó lo que tenía que pasar, la carne se saló. Por otra parte, mi tarea es encender el carbón y dejar a punto el asador para recibir la carne. Esta vez se me hizo fácil incrementar un poco la cantidad de carbón con el fin de extender la duración de las brazas. Mala decisión; la carne se achicharró por exceso de calor antes de la cocción. Ni modo, los invitados quedaron con la boca escaldada y los labios llenos de tizne.
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