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domingo, febrero 24, 2008

El placer de comentar la lectura

Me gusta comentar los libros que leo pero no tengo interlocutor. Dejé de hacerlo desde que mi amigo Enrique, estupendo comentador de libros, dejó de trabajar en Cactus. Él es una persona que tiene puntos de vista siempre interesantes de las novelas que lee. Además de ser gran observador tiene mucha habilidad para comunicar sus puntos de vista mediante ingeniosas analogías. Nuestra media hora de comida la aderezábamos casi siempre comentando las tribulaciones de algún autor al escribir tal o cual novela o cuento, así como su trama y la característica de sus personajes. Él tenía un interés particular en la obra de Hermann Hesse, concretamente en sus novelas Demián y El Lobo Estepario. Los protagonistas de ambas novelas (Sinclair y Haller) son seres algo atormentados que prefieren la conversación consigo mismos al parloteo estéril y mediocre de sus congéneres. Son hombres que no encajan en el mundo y que viven buscando la razón (o la justificación) de ese divorcio. Es probable que Enrique y yo tengamos algo de esta enfermedad que se acentúa con la edad y que el autor pinta como un mal que es a todas luces incurable. Desde hace años ya no tengo por desgracia un compañero con quién comentar lo leído, por consiguiente, no tengo medios que me sirvan de referencia para comparar mi comprensión lectora. Lástima. Pero a falta de un compañero con buena disposición para el intercambio de puntos de vista he utilizado desde hace unos años el recurso infalible de comentármelas a mí mismo. La estrategia es, primero, leer libros que hace años leí y después, hacer que el Yo de aquella primera lectura (más joven) comente el libro con el Yo de esta segunda lectura (con más años). Ni modo que se nieguen pretextando no encontrarse o no haber leído lo mismo. Claro, esta estrategia no surgió concientemente, ni tampoco surgió de la noche a la mañana. Una posibilidad en cuanto a su inicio, ahora que recuerdo, pudo haber sido a raíz de la segunda lectura del Principito de Exupery. Aquella segunda lectura me remontó irremediablemente a la primera de años atrás; fue aquí, a mi parecer, que se dio el primer encuentro y el primer intercambio de ideas entre ambos Yo. Este artilugio lo he hecho inconcientemente desde entonces y solo tomé conciencia de él hasta que leí un cuento de Jorge Luis Borges titulado “El Otro”. En este cuento, el Borges maestro y escritor relata un encuentro con su yo estudiante. En la trama, ambos exponen su opinión sobre algunos acontecimientos relevantes del mundo y cada cual los interpreta según la óptica que les dió la experiencia de los años. ¡Caray! Yo hago esto –pensé con sorpresa.

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