“Margueritte dice que cultivarse es intentar subir a lo alto de una montaña. A día de hoy, entiendo mejor lo que eso significa. Cuando estás en el llano, crees que lo ves y lo sabes todo del mundo: la pradera, la alfalfa y las bostas de vaca (el ejemplo es mío). Una buena mañana, coges la mochila y empiezas el ascenso. Cuanto más te alejas, más mengua lo que dejas atrás: las vacas se vuelven tan pequeñas como conejos, como hormigas, como cagarrutas de mosca. En cambio, el paisaje que descubres al subir parece cada vez mayor. Creías que el mundo se terminaba en la colina de enfrente, ¡pues no! Detrás de ésa hay otra, y otra y, un poco más arriba, aún otra. Y luego todo está lleno de colinas. El llano en donde vivías tan tranquilo sólo era un llano igual que muchos otros, ni siquiera el más grande. ¡De hecho era el agujero del culo del mundo! De camino te cruzas con algunas personas, sin embargo, cuanto más te acercas a la cima menos gente hay ¡y más frío pasas! Es una manera de hablar. Una vez coronas la cumbre, te sientes contento y muy fuerte por haber llegado más arriba que los demás. Puedes mirar a lo lejos. Pero, al cabo de un momento, te das cuenta de una tontería: estás solo, sin nadie con quien hablar. Completamente solo y minúsculo.
Y desde la perspectiva de Dios, alabado sea, probablemente tampoco eres más grande que una puta cagarruta de mosca.
Cuando Margueritte me dice: «¿Sabe Germain que la cultura aísla?», seguro que piensa en eso.
Creo que tiene razón, ver siempre la vida desde abajo debe de producir una maldita modorra.
Moraleja, permaneceré a mitad de la pendiente y contento si llego hasta allí.”
Pasaje de: Marie Sabine Roger. “Tardes con Margueritte"
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