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jueves, mayo 12, 2005

Recolectando mangos

Antes de las 8 p.m. el cielo empezó a llenarse de nubarrones negros. De pronto azotó un ventarrón acompañado de una lluvia menudita que puso a zangolotear el árbol de mango que tenemos enfrente de la casa. En ese momento yo estaba en la cochera poniendo a la jaula de “paco” el cotorro de Ale un travesaño, cuando de repente empecé a escuchar unos tamborazos: pofff, poc, pofff, poc.
Cada pofff significaba un mango afortunado que caía integro en el pasto recién podado del jardín, mientras que cada poc significaba un mango desafortunado destripándose al caer en el cemento del andador. Se me hizo un desperdicio dejar estos frutos tirados, por lo que me puse las pilas y me dispuse a recolectarlos aún con el peligro inminente de recibir uno con el lomo o con la cabeza.
Ignoro que tipo de mango es este. Sus frutos son pequeños, de carne firme y cáscara gruesa, muy dulces. A los pájaros negros que pulúan por doquier en esta zona (llamados por aquí “zanates”) les encantan. No bien terminan de madurar cuando ya están picoteándolos encima del árbol. Cuando caen al suelo ayudados por un viento traicionero como el de ahora, estos avechuchos no dejan pasar la oportunidad y se lanzan como camicaces sobre su presa consumiéndolos en un santiamén. Estos frutos son muy codiciados por los vecinos, Gladis refunfuña cada que los cortan y no le dan su diezmo. Con decirles que hasta los electricistas han llegado a desviarse en sus obligaciones y emplear sus recursos (camión, pluma, pértiga y toda la cosa) en la pepena. Por este motivo, Romana (la mujer que le ayuda a Gladis) tiene instrucciones detalladas de salir a la recolecta después de cualquier soplo de Céfiro.

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