Hoy, como cada mes, me tocó hacer guardia en el trabajo. Que flojera me da levántame temprano los domingos. De por sí, toda la vida mi sueño ha estado peleado con la madrugada, y es que desde que tengo uso de razón, he tenido por costumbre irme a la cama muy tarde. Descubrí desde mi más temprana época de estudiante que es en la noche (casi de madrugada) que mi cerebro funciona mejor para eso de aprender cosas nuevas o resolver problemas difíciles. Ah, pero cuando llega la hora de levantarse temprano mi cuerpo se cree hecho del más puro plomo y mis parpados se niegan a correr su pesada cortina porque el sueño les tiene puesto candado. Y es que el sueño profundo es canijo, se mete tempranito por el resquicio de la puerta y avanza sigiloso por entre las sabanas para colocar mediante un acto ceremonioso y protocolario unos grilletes en mis extremidades y un manto negro sobre mi conciencia. “Otro ratito más” pienso, entonces el sueño aprovecha a dar mayor tensión a los amarres, a agregar mayor peso a mi cuerpo y a cubrir con mas velos negros mi conciencia. Por fin, después de juntar uno a uno los retazos de cordura esparcidos como hilachos en lo más recóndito de mi subconsciente, salto de la cama y corro a espantarme el sueño con el chorro de agua de la regadera.
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